El desconocido de vino triste,
que en la barra de un bar está contando,
con voz entrecortada y cavernosa,
su historia de fracasos.
Y un instante, sus ojos se iluminan,
al mostrar con orgullo unos retratos.
La mujer fatigada y silenciosa,
El desconocido de vino triste,
que en la barra de un bar está contando,
con voz entrecortada y cavernosa,
su historia de fracasos.
Y un instante, sus ojos se iluminan,
al mostrar con orgullo unos retratos.
La mujer fatigada y silenciosa,
la mirada perdida,
que regresa en el metro del trabajo.
Y de pronto parece pensativa,
como si hubiera recordado algo,
y esboza una sonrisa.
El africano que arriesgó su vida,
y en el semáforo, cada mañana,
ofrece en vano humildes mercancías,
por todos ignoradas.
Y a pesar de todo, mantiene el gesto
sonriente en su mirada.
La anciana solitaria,
que una tarde soleada y apacible,
en un banco de un parque,
tal vez añora tiempos más felices,
mientras oye unas voces juveniles.
Y sin embargo, ríe.
Y yo voy anotando en mi cuaderno,
como un coleccionista,
esos instantes llenos de ternura,
rescoldos de una vida fugitiva,
antes de que se apaguen para siempre:
Miradas y sonrisas.