El desconocido de vino triste, que en la barra de un bar está contando, con voz entrecortada y cavernosa, su historia de fracasos. Y un instante, sus ojos se iluminan, al mostrar con orgullo unos retratos. La mujer fatigada y silenciosa, la mirada perdida, que regresa en el metro del trabajo. Y de pronto parece pensativa, como si hubiera recordado algo, y esboza una sonrisa. El africano que arriesgó su vida, y en el semáforo, cada mañana, ofrece en vano humildes mercancías, por todos ignoradas. Y a pesar de todo, mantiene el gesto sonriente en su mirada. La anciana solitaria, que una tarde soleada y apacible, en un banco de un parque, tal vez añora tiempos más felices, mientras oye unas voces juveniles. Y sin embargo, ríe. Y yo voy anotando en mi cuaderno, como un coleccionista, esos instantes llenos de ternura, rescoldos de una vida fugitiva, antes de que se apaguen para siempre: Miradas y sonrisas.
El desconocido de vino triste, que en la barra de un bar está contando, con voz entrecortada y cavernosa, su historia de fracasos. Y un instante, sus ojos se iluminan, al mostrar con orgullo unos retratos. La mujer fatigada y silenciosa,
A Pablo Vizcaíno Ruiz (Para releer el 24 de febrero de 2029)
Por si al llegar ese día ya no estoy, o estoy muy lejos, por si mi memoria entonces se ha extraviado en el tiempo, por si mis ojos ya son, en los tuyos, un recuerdo
Conversar por teléfono con Pablo. Ver cómo se va quedando dormida muy lentamente, Blanca entre mis brazos, al escuchar la misma melodía con la que dormía a su madre hace años. Salir de vacaciones con mis hijas, y aceptar que se hayan ido marchando,