La ventaja de los hombres planos es que pueden vivir en casas planas y pensar pensamientos planos, que caben entre las hojas de los libros.
No necesitan pasos en la noche ni ramas en los árboles. No necesitan muchas habitaciones, ni templos, ni caricias, ni candados.
Los hombres planos tapan las miradas con tapones de corcho. Y en sus casas no puede entrar la muerte porque no encuentra espacio.
Los hombres planos siempre nos despistan, aunque no tengan sombra. La luna les va tejiendo corazones y el tiempo les va tejiendo resultados.
Si les falta un candil, siempre arde alguna vela. Si les falta la voz, el viento los disfraza. Y les basta un perfil para ubicarse, mientras llega su noche sin relieves.
Así como no podemos sostener mucho tiempo una mirada, tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría, la espiral del amor, la gratuidad del pensamiento, la tierra en suspensión del cántico.
Hay que inventar respiraciones nuevas. Respiraciones que no sólo consuman el aire, sino que además lo enriquezcan y hasta lo liberen de ciertas combinaciones taciturnas.
Hemos amado juntos tantas cosas que es difícil amarlas separados. Parece que se hubieran alejado de pronto o que el amor fuera una hormiga escalando los declives del cielo.