Sils Maria, de Rogelio Saunders | Poema

    Poema en español
    Sils Maria

    La última vez que estuve en Sils María 
    había estos mismos tres (o cinco) escalones rotos. 
    He ahí toda la filosofía. 
    Sólo la música es distinta (para mal). 
    La locura es siempre esto de la página y 
    más aún: de la lengua. (Langa. Longa. ) 
    El «no veo» y, si entiende lo que quiero decir, el 
    «no respiro» y «no hablo». 
    En una palabra: el abandono. 
    Ya sé, ya sé. La reacción. O mejor aún: el reaccionar. 
    A la espalda, fuegos de artificio. 
    Carrozas destartaladas. Ruido blanco en las viejas 
    almenas. Orín de albayalde. La conquista 
    del escalón, por así decirlo. De la esquina del ojo. 
    Todo falso. «La última vez que estuve aquí». 
    Todo falso. Nunca estuve aquí. Ni allí. Ni en. 
    Las calzas del etíope mon procaína. El mucho beber 
    y la terrible rumba. Intoxicación con mariscos. 
    La prostituta, el pene cola de cerdo y luego la huida 
    con el salto sobre el arbusto incluido. 
    Qué nochecita. 
    La humedad, mucho peor. El resto, más 
    o menos como siempre. Son las noticias del día. Soy 
    usted lo sabe mejor que el suscrito, el espía 
    de mí mismo. Ahora lo que de verdad me interesa 
    es la cháchara de los enterradores. La nube 
    legañosa flotando junto con las hojas 
    en el patio vacío, el pozo vacío, el vetusto 
    palacete vacío, allá, no sé dónde. Todo lo oblicuo 
    por imposible. Lo no visto puesto al frente. Intacto 
    como no visto. Olvido de todo lo anterior. Ojo 
    recluido en el ojo. Cráneo cuenca cuenco bacinilla 
    donde bebe el cráneo, in eviterno. Jo jo. Quieto. Ya 
    le digo: hojas que se arrastran, hormigas nunca tan 
    simbólicas cuanto despojadas de todo símbolo, oh 
    hormigas. Aquí dormimos y, con sabiduría, defecamos. 
    Tanto más viejos e inusuales, los libros. Destartalados 
    manuales. Hurgo en ellos con trompa de oso hormiguero. 
    Palpo la pulpa, aquejado (o bendecido) de alopecia. 
    Bebo el agua. Ella me bebe. Germino en germen. El 
    sol-agua-de-aceite rebrilla en la grieta del pavimento. 
    Es la grieta, lo compruebo. Sólo 
    hay una. La canción del martillo continúa. Continúan 
    las nubes, el sudor bajando por las lisas paredes. 
    Y, sobre todo, continúan, ajenos al crotalote 
    de los visillos, los escalones (tres o cinco) como ya dije. 
    El punto final. E l g e s t o s i e m p r e s u s p e n d i d o. Sin 
    cálamo, sin puntualidad. La intención 
    plenamente incumplida. Abolida. Este golpe 
    tan parecido al ojo, sin mirada. Este 
    latido sordo lleno de sonido. In 
    separado contacto de la mano con la mano, mano 
    sin la mano en la mano del gitanillo que extiende la mano. 
    La carcajada que viene desde lo alto, donde sólo hay 
    este resonar de nube y nube, espacio y espacio. 
    Escapar ya no es el máximo sueño. Ya no hay máximo 
    o ansioso poderío. Onda insalubre-telúrica llenando 
    la cabeza oh cabeza. Tú mismo, dijo el espejo 
    rallado-turbio, soto barbo. Espejeo oleico oblicuo 
    del «Tú mismo». Sólo el espejo, su despedida de papel. 
    El Brú Brú de los cordones alejándose con saltos de Pulgarcito. 
    Sonaron las trompas anunciando la muerte de algún grande como 
    que a nadie importa. No sobre todo a mí, borroneando 
    detrás de la página de cera, que fías echan. Ya nada digo, 
    concentrado, como digo, en este curioso movimiento: el 
    más extraño. Me arrastra como una visión a la esquina del ojo 
    a la visión más allá de la esquina del ojo invisible a los ojos. 
    La evaporada verdad que ulula en toda verdad, resonando 
    como una gran carcajada. La carcajada del grande como 
    bailando dentro del catafalco que es casa de locos y 
    vetusta casona inundada. Ahora miro sin distancia las hojas. 
    Río porque lo que me interesa no es saber. Ni la mano 
    que reposa pesadamente sobre mi cabeza, otrora espesa oh. 
    Adiós. Aletean el ala del pájaro, la aleta del pez, los rayos 
    de Cariola del sol. No hay fin sino este ¡ah! al fin del fin. 
    Adiós, dije la última vez, escalón 
    que sustrae al escalón. Desnivel 
    entre el párpado y el ojo. La corneja 
    se desternilló. El gran tapiz resonó, violento-dulce, en el aire del: «No». 
    Me espera el espejo —sonreí. 
    Adiós. 

    • La última vez que estuve en Sils María 
      había estos mismos tres (o cinco) escalones rotos. 
      He ahí toda la filosofía. 
      Sólo la música es distinta (para mal). 
      La locura es siempre esto de la página y 
      más aún: de la lengua. (Langa. Longa. )