Dicen de las niñas feas
que tienen cara de acelga
pero la Acelga no es fea.
El Acelgo la miraba
desde un rincón de la huerta
y la vio tan verdecita,
tan estirada y tan tierna,
que no lo pudo evitar
y se enamoró de ella.
La Erre no llora
porque no esté en risa
ni en rosa ni en Roma.
Ella no porfía
pero no se baña
con el agua fría.
No quiere rezar
y si no es mejor
nunca es regular.
Tampoco se enfada
porque no la metan
en ninguna cara.
Y es que siempre va
con las herramientas
de aquí para allá.
No es dura y es hierro,
le asustan los grillos,
le gustan los perros.
Se mete en la barra
y aunque no es hermosa
tiene mucha garra.
Ella corre y corre
se monta en el carro
se sale de pobre.
No para, se forra,
no tiene sombrero
pero tiene gorra.
Tampoco es racista
ni está en la maleta
del malabarista.
Bebe en una jarra
y aunque nunca trepa
se sube a la parra.
No estará en la era,
pero sí en la Orden
de la Jarretera.
Barre, borra, ¡Hurra!
Ella erre que erre.
Ella, se lo curra.
Dicen de las niñas feas
que tienen cara de acelga
pero la Acelga no es fea.
El Acelgo la miraba
desde un rincón de la huerta
y la vio tan verdecita,
tan estirada y tan tierna,
que no lo pudo evitar
y se enamoró de ella.
La Erre no llora
porque no esté en risa
ni en rosa ni en Roma.
Ella no porfía
pero no se baña
con el agua fría.
No quiere rezar
y si no es mejor
nunca es regular.
Tampoco se enfada
porque no la metan
en ninguna cara.
Sábana de avena
con canto de grillo,
todo lo que miro
se vuelve amarillo.
Hojas del otoño,
lluvia en el balcón,
todo lo que miro
se vuelve marrón.
Mirada de niño,
nieve en el barranco,
todo lo que miro
se me vuelve blanco.