Balada en honor de las musas de carne y hueso, de Rubén Darío | Poema

    Poema en español
    Balada en honor de las musas de carne y hueso

    A Gregorio Martínez Sierra 
     
    Nada mejor para cantar la vida, 
    y aún para dar sonrisas a la muerte, 
    que la áurea copa en donde Venus vierte 
    la esencia azul de su viña encendida. 
    Por respirar los perfumes de Armida 
    y por sorber el vino de su beso, 
    vino de ardor, de beso, de embeleso, 
    fuérase al cielo en la bestia de Orlando, 
    ¡voz de oro y miel para decir cantando: 
    la mejor musa es la de carne y hueso! 

    Cabellos largos en la buhardilla, 
    noches de insomnio al blancor del invierno, 
    pan de dolor con la sal de lo eterno 
    y ojos de ardor en que Juvencio brilla; 
    el tiempo en vano mueve su cuchilla, 
    el hilo de oro permanece ileso; 
    visión de gloria para el libro impreso 
    que en sueños va como una mariposa 
    y una esperanza en la boca de rosa. 
    ¡La mejor musa es la de carne y hueso! 

    Regio automóvil, regia cetrería, 
    borla y mucera, heráldica fortuna, 
    nada son como a la luz de la luna 
    una mujer hecha una melodía. 
    Barca de amar busca la fantasía, 
    no el yatch de Alfonso o la barca de Creso. 
    Da al cuerpo llama y fortifica el seso 
    ese archivado y vital paraíso; 
    pasad de largo, Abelardo y Narciso. 
    ¡La mejor musa es la de carne y hueso! 

    Clío está en esta frente hecha de Aurora, 
    Euterpe canta en esta lengua fina, 
    Talía ríe en la boca divina, 
    Melpómene es ese gesto que implora; 
    en estos pies Terpsícore se adora, 
    cuello inclinado es de Erato embeleso, 
    Polymnia intenta a Calíope proceso 
    por esos ojos en que Amor se quema. 
    Urania rige todo ese sistema. 
    ¡La mejor musa es la de carne y hueso! 

    No protestéis con celo protestante, 
    contra el panal de rosas y claveles 
    en que Tiziano moja sus pinceles 
    y gusta el cielo de Beatrice el Dante. 
    Por eso existe el verso de diamante, 
    por eso el iris tiéndese y por eso 
    humano genio es celeste progreso. 
    Líricos cantan y meditan sabios: 
    por esos pechos y por esos labios. 
    ¡La mejor musa es la de carne y hueso! 

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    Gregorio: nada al cantor determina 
    como el gentil estímulo del beso. 
    Gloria al sabor de la boca divina. 
    ¡La mejor musa es la de carne y hueso!

    Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) representa uno de los grandes hitos de las letras hispanas, no sólo por el carácter emblemático de algunos de sus títulos como Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) sino por las dimensiones de renovación que impuso a la lengua española, abriendo las puertas a las influencias estéticas europeas a través de la corriente que él mismo bautizó como Modernismo. Pero como decía Octavio Paz, su obra no termina con el Modernismo: lo sobrepasa, va más allá del lenguaje de esta escuela y, en verdad, de toda escuela. Es una creación, algo que pertenece más a la historia de la poesía que a la de los estilos. Darío no es únicamente el más amplio y rico de los poetas modernistas: es uno de nuestros grandes poetas modernos, es "el príncipe de las letras castellanas".

    • Este del cabello cano, 
      como la piel del armiño, 
      juntó su candor de niño 
      con su experiencia de anciano; 
      cuando se tiene en la mano 
      un libro de tal varón, 
      abeja es cada expresión 
      que, volando del papel, 
      deja en los labios la miel 

    •    I 


      Yo vi un ave 
      que süave 
      sus cantares 
      entonó 
      y voló... 

      Y a lo lejos, 
      los reflejos 
      de la luna en alta cumbre 
      que, argentando las espumas 
      bañaba de luz sus plumas 
      de tisú... 
      ¡y eras tú! 

    • Y dijo la paloma: 
      —Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo, 
      en el árbol en flor, junto a la poma 
      llena de miel, junto al retoño suave 
      y húmedo por las gotas de rocío, 
       tengo mi hogar. Y vuelo 
       con mis anhelos de ave, 
       del amado árbol mío 

    • El varón que tiene corazón de lis, 
      alma de querube, lengua celestial, 
      el mínimo y dulce Francisco de Asís, 
      está con un rudo y torvo animal, 
      bestia temerosa, de sangre y de robo, 
      las fauces de furia, los ojos de mal: 
      ¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!