Los cisnes, de Rubén Darío | Poema

    Poema en español
    Los cisnes

    ¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello 
    al paso de los tristes y errantes soñadores? 
    ¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, 
    tiránico a las aguas e impasible a las flores? 

    Yo te saludo ahora como en versos latinos 
    te saludara antaño Publio Ovidio Nasón. 
    Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos, 
    y en diferentes lenguas es la misma canción. 

    A vosotros mi lengua no debe ser extraña. 
    A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez... 
    Soy un hijo de América, soy un nieto de España... 
    Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez... 

    Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas 
    den a las frentes pálidas sus caricias más puras 
    y alejen vuestras blancas figuras pintorescas 
    de nuestras mentes tristes las ideas oscuras. 

    Brumas septentrionales nos llenan de tristezas, 
    se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas, 
    casi no hay ilusiones para nuestras cabezas, 
    y somos los mendigos de nuestras pobres almas. 

    Nos predican la guerra con águilas feroces, 
    gerifaltes de antaño revienen a los puños, 
    mas no brillan las glorias de las antiguas hoces, 
    ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños. 

    Faltos del alimento que dan las grandes cosas, 
    ¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos? 
    A falta de laureles son muy dulces las rosas, 
    y a falta de victorias busquemos los halagos. 

    La América española como la España entera 
    fija está en el Oriente de su fatal destino; 
    yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera 
    con la interrogación de tu cuello divino. 

    ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros? 
    ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? 
    ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros? 
    ¿Callaremos ahora para llorar después? 

    He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros 
    que habéis sido los fieles en la desilusión, 
    mientras siento una fuga de americanos potros 
    y el estertor postrero de un caduco león... 

    ...Y un cisne negro dijo: «La noche anuncia el día». 
    Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal! ¡La aurora 
    es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armonía, 
    aún guarda la Esperanza la caja de Pandora! 

    Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) representa uno de los grandes hitos de las letras hispanas, no sólo por el carácter emblemático de algunos de sus títulos como Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) sino por las dimensiones de renovación que impuso a la lengua española, abriendo las puertas a las influencias estéticas europeas a través de la corriente que él mismo bautizó como Modernismo. Pero como decía Octavio Paz, su obra no termina con el Modernismo: lo sobrepasa, va más allá del lenguaje de esta escuela y, en verdad, de toda escuela. Es una creación, algo que pertenece más a la historia de la poesía que a la de los estilos. Darío no es únicamente el más amplio y rico de los poetas modernistas: es uno de nuestros grandes poetas modernos, es "el príncipe de las letras castellanas".

    • Este del cabello cano, 
      como la piel del armiño, 
      juntó su candor de niño 
      con su experiencia de anciano; 
      cuando se tiene en la mano 
      un libro de tal varón, 
      abeja es cada expresión 
      que, volando del papel, 
      deja en los labios la miel 

    •    I 


      Yo vi un ave 
      que süave 
      sus cantares 
      entonó 
      y voló... 

      Y a lo lejos, 
      los reflejos 
      de la luna en alta cumbre 
      que, argentando las espumas 
      bañaba de luz sus plumas 
      de tisú... 
      ¡y eras tú! 

    • Y dijo la paloma: 
      —Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo, 
      en el árbol en flor, junto a la poma 
      llena de miel, junto al retoño suave 
      y húmedo por las gotas de rocío, 
       tengo mi hogar. Y vuelo 
       con mis anhelos de ave, 
       del amado árbol mío 

    • El varón que tiene corazón de lis, 
      alma de querube, lengua celestial, 
      el mínimo y dulce Francisco de Asís, 
      está con un rudo y torvo animal, 
      bestia temerosa, de sangre y de robo, 
      las fauces de furia, los ojos de mal: 
      ¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!