Detrás de esta puerta vivo, pero no sé si puedo llamarla vida.
Cuando vuelvo, al atardecer, de mi diario odio contra el pan (¿no sabías que tengo la inmensa suerte de venderme a trozos por una moneda que llega ya a valer mucho menos que nada?), me quito un viejo abrigo, la esperanza, y me adentro por los caminos de mis ojos, por el vacío espanto donde siento, más allá, a mi Dios, más allá siempre, más allá de los falsos profetas y de extrañas culpas y de este viejo necio enfermo de los versos disciplinados, como éstos, con pintas de oscuras marcas que el afán de los críticos un día aclarará para vergüenza mía.
Sí, puedes encontrarme, si te atreves, detrás de la glacial nada de esta puerta, aquí, en donde vivo y siento esta añoranza y el grito de Dios y soy, con los nocturnos pájaros de mi soledad, un hombre ya sin sueños en mi soledad.
¡Oh, qué cansado estoy de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra, y cómo me gustaría alejarme, hacia el norte, en donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz! Entonces, en la congregación, los hermanos dirían,