Cada mañana contemplo dos pies de vencido dentro de zapatos que ríen.
Si lo tengo cerca, la ropa sobre los débiles hombros refleja mi rostro.
¡Qué dolor de heridas de piel y de carne viva, tanto tiempo! Sin venganza ni sentido ya, escucho el paso y la fatiga de un plebeyo en derrota.
El año entero utilizamos plumas de velocísimos escribientes. Cuando llega el verano, penetran, por el balcón, moscardones. En invierno, más tristeza y cielos de frío. Y siempre gime, escupe, tose.
Rehúso amarlo, pese a los vuelos de ángel. Pero le dejo dinero, a un interés muy módico, para el calzado preciso al poco camino que queda.
¡Oh, qué cansado estoy de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra, y cómo me gustaría alejarme, hacia el norte, en donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz! Entonces, en la congregación, los hermanos dirían,