Si el hombre tuviera tiempo de sobras es posible que hiciera grandes cosas. Pero tras su espesa piel el tiempo alienta una sutil maraña de trampas y estrategias; tras su espesa piel o en su disperso puzzle ocasionalmente brinda adoquín de besos para que torpes como somos nos demos menos cuenta de que a través de ajedreces, adioses, inutilidades, esperas y otros juegos poco a poco y sin saber se vaya haciendo teoría confirmada el que la vida nos aplasta (y esto me gusta decirlo con un verbo que suena como un saco de patatas). En el momento en que subo en el ascensor es una nocturna hora intermedia. El espejo adivina el alcohol y parece decir que tengo aire de guardar alguna historia perdida por algún lado del abrigo y también varias posguerras. (Quizá porque a veces pienso que es probables que yo hubiera sido más leve o más feliz en la polvorienta Barcelona de los años cincuenta, y aunque haya procurado no abusar nunca mucho de ellas, este tipo de imágenes siempre me atrayeron con firmeza). La nostalgia realquilada d emi cara va a proyectarse ahora en otro espejo, fien el cumplir ese tácito rito que me he impuesto y que consiste en observarme como un actor retirado mientras fumo y bebo a solas frente a la pica del lavabo. Y para poblar esta habitual circunstancia van a cruzarme desamparadas imágenes hechas con recalentadas infancias, recuerdos o posturas que me cansaría escribir pero que si lo hiciera acabarían entercándose en intentar explicar por qué nuestro amor merece un lugar señero en la anónima enciclopedia de las historias ridículas. Historias que me cansaría escribir, con las que perdería el tiempo. Porque todo es pasado -no sé si cierto-, todo es presente -esta tonta mancha de polvo- y además aquí, en el lavabo de mi cuarto, sobre esta ya como ajeno rostro ajado y con tonadilla de tango sospecho o sé que no he perdido la vida (que eso ya sería algo); que no la he perdido, no, que estúpidamente sólo la voy perdiendo y que tampoco me produce un especial descanso el saber que voy a poder dejar por unas horas mis canosas miserias en suspenso.
Besitos y mordisquitos en las orejitas era lo que escribíamos al final de unas postales no tan obscenas como horteras, también en los hociquitos y Viva el Mejillón Peludo cuando las enviábamos a niñas adorablemente estúpidas
Si el hombre tuviera tiempo de sobras es posible que hiciera grandes cosas. Pero tras su espesa piel el tiempo alienta una sutil maraña de trampas y estrategias; tras su espesa piel o en su disperso puzzle ocasionalmente brinda adoquín de besos
No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta. El papel sigue siendo el asesino -el asesino de ti- y quizá es mejor que la sombra y que sus dagas por antiguas voces descalzas vayan. Por antiguas voces, muy lejos del número y sus cárceles, entre nieblas