Conozco el fondo, dice ella. Lo conozco con mi gran raíz:
Es lo que tú temes.
Yo no le temo: he estado allí.
¿Es el mar lo que oyes en mí,
sus insatisfacciones?
¿O la voz de la nada, que fue tu demencia?
La mujer se perfecciona.
Su cadáver
muestra la sonrisa del triunfo,
la ilusión de una Griega necesidad
flota en los pliegues de su toga,
sus desnudos
pies parecen decir:
hemos llegado muy lejos, se acabó.
Cada niño muerto se enrosca una blanca serpiente
cada quien con su pequeño
tazón de leche, ahora ya vacío.
Ella se los envuelve
en su cuerpo como los pétalos
de una rosa cerrada cuando el jardín
sofoca y sangra olores
desde la suavidad, profundas gargantas de la flor de la noche.
La luna sin entristecerse de nada
observa desde su capucha de hueso.
Ella la usa para estas cosas.
Su crujido negro y arrastrado.
5 de febrero de 1963