Pequeñas amapolas, llamitas del infierno:
¿no hacéis ningún daño?
Parpadeáis. Y no puedo tocaros.
Pongo las manos entre las llamas. Nada quema.
Y me agota miraros
parpadear así, rugosas, rojo claro, como la piel de una boca.
Una boca recién desangrada.
¡Pequeñas faldas ensangrentadas!
Hay emanaciones que no alcanzo a tocar.
¿Dónde estás vuestros opiatos y vuestras cápsulas nauseosas?
¡Si pudiera sangrar o dormir!
¡si mi boca pudiera casarse con una herida así!
O se filtraran vuestros licores en mí, en esta cápsula de cristal,
aletargadores y aquietantes.
Sin color, sin embargo. Sin color.