Dime pronto el secreto de tu existencia;
quiero saber por qué la piedra no es pluma,
ni el corazón un árbol delicado,
ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos
no se va hacia la mar como todos los buques.
Antes de que tu cuerpo finalmente
rodara dulce entre la mar dichosa
quisiste reposar tu luz graciosa,
mezclarla acaso con mi luz ardiente.
Cañada y sombras. Más que amor... La fuente
en su exquisita paz se hizo morosa,
y un beso largo y triste, a la hora umbrosa,
brilló en lo oscuro, silenciosamente.
Ay la dicha que eterna se veía
y en esta orilla crudamente mana
un tiempo nuevo para el alma mía.
Todo lo presentí: la luz lejana
la lágrima de adiós, la noche fría
y el muerto rostro al despertar mañana.