Quiero saber, de Vicente Aleixandre | Poema

    Poema en español
    Quiero saber

    Dime pronto el secreto de tu existencia; 
    quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
    ni el corazón un árbol delicado, 
    ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
    no se va hacia la mar como todos los buques. 

    Quiero saber si el corazón es una lluvia o margen, 
    lo que se queda a un lado cuando dos se sonríen, 
    o es sólo la frontera entre dos manos nuevas 
    que estrechan una piel caliente que no separa. 

    Flor, risco o duda, o sed o sol o látigo: 
    el mundo todo es uno, la ribera y el párpado, 
    ese amarillo pájaro que duerme entre dos labios 
    cuando el alba penetra con esfuerzo en el día. 

    Quiero saber si un puente es hierro o es anhelo 
    esa dificultad de unir dos carnes íntimas, 
    esa separación de los pechos tocados 
    por una flecha nueva surtida entre lo verde. 

    Musgo o luna es lo mismo, lo que a nadie sorprende, 
    esa caricia lenta que de noche a los cuerpos 
    recorre como pluma o labios que ahora llueven. 
    Quiero saber si el río se aleja de sí mismo 
    estrechando unas formas en silencio, 
    catarata de cuerpos que se aman como espuma, 
    hasta dar en la mar como el placer cedido. 

    Los gritos son estacas de silbo, son lo hincado, 
    desesperación viva de ver los brazos cortos 
    alzados hacia el cielo en súplicas de lunas, 
    cabezas doloridas que arriba duermen, bogan, 
    sin respirar aún como láminas turbias. 

    Quiero saber si la noche ve abajo 
    cuerpos blancos de tela echados sobre tierra, 
    rocas falsas, cartones, hilos, piel, agua quieta, 
    pájaros como láminas aplicadas al suelo, 
    o rumores de hierro, bosque virgen al hombre. 

    Quiero saber altura, mar vago o infinito; 
    si el mar es esa oculta duda que me embriaga 
    cuando el viento traspone crespones transparentes, 
    sombra, pesos, marfiles, tormentas alargadas, 
    lo morado cautivo que más allá invisible 
    se debate, o jauría de dulces asechanzas. 

    Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898. Pasó su infancia en Málaga y vivió casi toda su vida en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En plena juventud, una enfermedad le obliga a interrumpir sus actividades profesionales. Colaboró en revistas como Revista de Occidente (en 1926), Litoral, Carmen, Verso y Prosa, Mediodía, entre otras. Su primer libro, Ámbito (1928), ya deja ver las señales de su mundo poético: claridad e inmensidad del paisaje, depurada y contenida emoción. Es en Espadas como labios (1932) donde, según Dámaso Alonso, se escuchan ecos de gritos desmesurados, que comienzan a esbozar el translúcido, romántico y unificado mundo de Vicente Aleixandre. Destrucción o el amor (1935), Premio Nacional de Literatura, concreta la "unicidad" de su poesía. Su obra, en definitiva, trata de la vida, el amor y la muerte. Considerado uno de los grandes poetas de la generación del 27, en 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.

    • Dime pronto el secreto de tu existencia; 
      quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
      ni el corazón un árbol delicado, 
      ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
      no se va hacia la mar como todos los buques. 

    • Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, 
      como el silencio que queda después del amor, 
      yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo 
      hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. 
      Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. 

    • Tenía la naricilla respingona, y era menuda. 
      ¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua, 
      y nunca se asustaba. 
      Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento. 
      Como si las olas la hubieran acercado a la orilla, 

    • Venías cerrada, hermética, 
      a ramalazos de viento 
      crudo, por calles tajadas 
      a golpe de rachas, seco. 
      Planos simultáneos —sombras: 
      abierta, cerrada—. Suelos. 
      De bocas de frío, el frío. 
      Se arremolinaba el viento 
      en torno tuyo, ya a pique 

    • La memoria de un hombre está en sus besos, 
      pero nunca es verdad memoria extinta. 
      Contar la vida por los besos dados 
      no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. 
      Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. 
      Hacer es vivir más, o haber vivido, 

    • Un pájaro de papel en el pecho 
      dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
      vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
      besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
      Para morir basta un ruidillo, 
      el de otro corazón al callarse, 
      o ese regazo ajeno que en la tierra