Mar muerto, de Vicente Aleixandre | Poema

    Poema en español
    Mar muerto

    ¡Cuántas veces sabiendo 
    que eras tú, yo caía 
    en tu misma sonrisa, 
    mar abierta, mar plana, 
    estival, pez, sacando 
    tus palabras conmigo! 
    ¡Qué nadar! Tú no sabes 
    que ese mar tan arriba 
    es ya cielo, y que el aire 
    me sostiene tan líquido, 
    tan cristal, que yo en él 
    por tus ojos tan verdes 
    afilado me pierdo. 
    ¡Qué nadar! Algas, vivas 
    indecisas miradas. 
    ¡Agua mía, si helada, 
    aguzándome siempre! 
    ¿No te clavo? ¿No sientes 
    que un trayecto, una herida 
    —¡qué lanzada!— en tu pecho, 
    agua verde, te dejo? 
    Con justeza te hiendo, 
    agua suya, y palpitas, 
    en tu pecho, mar grande, 
    en tu carne clavado. 
    Sin sangrar. Las espumas 
    te resbalan, qué piel, 
    qué agonía, y me guardas 
    en tu inmenso destino, 
    oh pasión, oh mar cárdeno. 
    Surto. Cesa tu aliento, 
    desfalleces, mar último, 
    y te olvidas de todo 
    para ser, sólo estar. 
    ¡Y qué muerto! Tu verde 
    tan profundo, reposa 
    hasta el lento horizonte, 
    que te cierra parado. 
    En la orilla te miro, 
    oh cadáver, mar mío, 
    y te peso despacio 
    en tu carne, y mis labios 
    alzo fríos y secos.

    Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898. Pasó su infancia en Málaga y vivió casi toda su vida en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En plena juventud, una enfermedad le obliga a interrumpir sus actividades profesionales. Colaboró en revistas como Revista de Occidente (en 1926), Litoral, Carmen, Verso y Prosa, Mediodía, entre otras. Su primer libro, Ámbito (1928), ya deja ver las señales de su mundo poético: claridad e inmensidad del paisaje, depurada y contenida emoción. Es en Espadas como labios (1932) donde, según Dámaso Alonso, se escuchan ecos de gritos desmesurados, que comienzan a esbozar el translúcido, romántico y unificado mundo de Vicente Aleixandre. Destrucción o el amor (1935), Premio Nacional de Literatura, concreta la "unicidad" de su poesía. Su obra, en definitiva, trata de la vida, el amor y la muerte. Considerado uno de los grandes poetas de la generación del 27, en 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.

    • Dime pronto el secreto de tu existencia; 
      quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
      ni el corazón un árbol delicado, 
      ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
      no se va hacia la mar como todos los buques. 

    • Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, 
      como el silencio que queda después del amor, 
      yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo 
      hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. 
      Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. 

    • Tenía la naricilla respingona, y era menuda. 
      ¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua, 
      y nunca se asustaba. 
      Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento. 
      Como si las olas la hubieran acercado a la orilla, 

    • La memoria de un hombre está en sus besos, 
      pero nunca es verdad memoria extinta. 
      Contar la vida por los besos dados 
      no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. 
      Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. 
      Hacer es vivir más, o haber vivido, 

    • Venías cerrada, hermética, 
      a ramalazos de viento 
      crudo, por calles tajadas 
      a golpe de rachas, seco. 
      Planos simultáneos —sombras: 
      abierta, cerrada—. Suelos. 
      De bocas de frío, el frío. 
      Se arremolinaba el viento 
      en torno tuyo, ya a pique 

    • Un pájaro de papel en el pecho 
      dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
      vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
      besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
      Para morir basta un ruidillo, 
      el de otro corazón al callarse, 
      o ese regazo ajeno que en la tierra