El hombre enciende su permitida lumbre,
su verdad, su mentirosa gloria,
enciende sus cristales de vano poderío
y alumbra vaga imagen o fantasmas sin luz.
El hombre enciende a veces su corazón, y duda.
¿Qué mirar? ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué luna estéril?
¿Hacia qué boca oscura, qué barranco, qué mares?
Se ven los horizontes como brazos.
Como lunas se ven ojos abiertos.
Se estrechan ramas, potestades, vagas aplicaciones de amor.
¿Dónde tú? ¿Dónde yo, dónde los otros?
¿Dónde nadie?
Aquí sobre la tierra una carne respira.
Un alma sube.
Una sombra se alarga.
Existe un hombre, un nombre.
¿Ver esa vena, ese azul en los ojos,
ese pecho que imita un papel en colores,
esa mano que un hierro o un guante disimula en la noche?
Es algo: tú: tu realidad que puede.
Es un hueco o un cúmulo de vapor concedido.
Aspiración a toda montaña, nacimiento de río,
origen mudo de águilas, de pájaros implumes,
nudo o yema de triste presagio trasmutado.
Metal, solitario metal bajo la luna.
Agua.
No.
Nada es verdad.
Tu sombra escupe una escama dolorosa que la tierra pronuncia cuando cruje.
Tu sombra peina la hierba, detiene los torrentes,
hace alzarse verticales los soberanos ríos.
Se vuelve, se prolonga hasta el cielo
y es una mancha roja sobre un azul hollado.
Todo es mentira.
La verdad no reside en la boca, entre unos dientes.
Un poderoso pensamiento de una tristeza elegida entre piedras,
alzada como brutal raíz que crece hacia los aires,
que enreda sus tentáculos entre nubes, por sostener un tronco,
un doloroso tronco que crece contra tierra,
como boca mordiente que chirría de vidrios
y suelta sangre sucia, coagulada crujiendo.
Todo es mentira.
La verdad rueda como un sol apagado,
bestial tambor donde unas manos de niño
quieren delicadamente imitar a tus brisas.
Todo, todo es mentira.
Hombre que nunca existe.
Sombra que nunca existe.
Tierra o vago vestido que una mano abandona.