Mentira del hombre, de Vicente Aleixandre | Poema

    Poema en español
    Mentira del hombre

    El hombre enciende su permitida lumbre, 
    su verdad, su mentirosa gloria, 
    enciende sus cristales de vano poderío 
    y alumbra vaga imagen o fantasmas sin luz. 
    El hombre enciende a veces su corazón, y duda. 
    ¿Qué mirar? ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué luna estéril? 
    ¿Hacia qué boca oscura, qué barranco, qué mares? 
    Se ven los horizontes como brazos. 
    Como lunas se ven ojos abiertos. 
    Se estrechan ramas, potestades, vagas aplicaciones de amor. 
    ¿Dónde tú? ¿Dónde yo, dónde los otros? 
    ¿Dónde nadie? 
    Aquí sobre la tierra una carne respira. 
    Un alma sube. 
    Una sombra se alarga. 
    Existe un hombre, un nombre. 
    ¿Ver esa vena, ese azul en los ojos, 
    ese pecho que imita un papel en colores, 
    esa mano que un hierro o un guante disimula en la noche? 
    Es algo: tú: tu realidad que puede. 
    Es un hueco o un cúmulo de vapor concedido. 
    Aspiración a toda montaña, nacimiento de río, 
    origen mudo de águilas, de pájaros implumes, 
    nudo o yema de triste presagio trasmutado. 
    Metal, solitario metal bajo la luna. 
    Agua. 
    No. 
    Nada es verdad. 
    Tu sombra escupe una escama dolorosa que la tierra pronuncia cuando cruje. 
    Tu sombra peina la hierba, detiene los torrentes, 
    hace alzarse verticales los soberanos ríos. 
    Se vuelve, se prolonga hasta el cielo 
    y es una mancha roja sobre un azul hollado. 
    Todo es mentira. 
    La verdad no reside en la boca, entre unos dientes. 
    Un poderoso pensamiento de una tristeza elegida entre piedras, 
    alzada como brutal raíz que crece hacia los aires, 
    que enreda sus tentáculos entre nubes, por sostener un tronco, 
    un doloroso tronco que crece contra tierra, 
    como boca mordiente que chirría de vidrios 
    y suelta sangre sucia, coagulada crujiendo. 
    Todo es mentira. 
    La verdad rueda como un sol apagado, 
    bestial tambor donde unas manos de niño 
    quieren delicadamente imitar a tus brisas. 
    Todo, todo es mentira. 
    Hombre que nunca existe. 
    Sombra que nunca existe. 
    Tierra o vago vestido que una mano abandona.

    Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898. Pasó su infancia en Málaga y vivió casi toda su vida en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En plena juventud, una enfermedad le obliga a interrumpir sus actividades profesionales. Colaboró en revistas como Revista de Occidente (en 1926), Litoral, Carmen, Verso y Prosa, Mediodía, entre otras. Su primer libro, Ámbito (1928), ya deja ver las señales de su mundo poético: claridad e inmensidad del paisaje, depurada y contenida emoción. Es en Espadas como labios (1932) donde, según Dámaso Alonso, se escuchan ecos de gritos desmesurados, que comienzan a esbozar el translúcido, romántico y unificado mundo de Vicente Aleixandre. Destrucción o el amor (1935), Premio Nacional de Literatura, concreta la "unicidad" de su poesía. Su obra, en definitiva, trata de la vida, el amor y la muerte. Considerado uno de los grandes poetas de la generación del 27, en 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.

    • Dime pronto el secreto de tu existencia; 
      quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
      ni el corazón un árbol delicado, 
      ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
      no se va hacia la mar como todos los buques. 

    • Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, 
      como el silencio que queda después del amor, 
      yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo 
      hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. 
      Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. 

    • Tenía la naricilla respingona, y era menuda. 
      ¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua, 
      y nunca se asustaba. 
      Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento. 
      Como si las olas la hubieran acercado a la orilla, 

    • La memoria de un hombre está en sus besos, 
      pero nunca es verdad memoria extinta. 
      Contar la vida por los besos dados 
      no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. 
      Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. 
      Hacer es vivir más, o haber vivido, 

    • Venías cerrada, hermética, 
      a ramalazos de viento 
      crudo, por calles tajadas 
      a golpe de rachas, seco. 
      Planos simultáneos —sombras: 
      abierta, cerrada—. Suelos. 
      De bocas de frío, el frío. 
      Se arremolinaba el viento 
      en torno tuyo, ya a pique 

    • Un pájaro de papel en el pecho 
      dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
      vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
      besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
      Para morir basta un ruidillo, 
      el de otro corazón al callarse, 
      o ese regazo ajeno que en la tierra