La muerte, de Vicente Aleixandre | Poema

    Poema en español
    La muerte

    ¡Ah! Eres tú, eres tú, eterno nombre sin fecha, 
    bravía lucha del mar con la sed, 
    cantil todo de agua que amenazas hundirte 
    sobre mi forma lisa, lámina sin recuerdo. 

    Eres tú, sombra del mar poderoso, 
    genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire, 
    abatimiento o pesadumbre que amenazas mi vida 
    como un amor que con la muerte acaba. 

    Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso, 
    gota inmensa que contiene la tierra, 
    fuego destructor de mi vida sin numen 
    aquí en la playa donde la luz se arrastra. 

    Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido, 
    una mirada buida de un inviolable ojo, 
    un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío, 
    un relámpago que buscase mi pecho o su destino... 

    ¡Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar, 
    frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos, 
    a ti cuyos celestes peces entre nubes 
    son como pájaros olvidados del hondo! 

    Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas, 
    vengan los brazos verdes desplomándose, 
    venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa 
    sumido bajo los labios negros que se derrumban. 

    Luzca el morado sol sobre la muerte uniforme. 
    Venga la muerte total en la playa que sostengo, 
    en esta terrena playa que en mi pecho gravita, 
    por la que unos pies ligeros parece que se escapan. 

    Quiero el color rosa o la vida, 
    quiero el rojo o su amarillo frenético, 
    quiero ese túnel donde el color se disuelve 
    en el negro falaz con que la muerte ríe en la boca. 

    Quiero besar el marfil de la mudez penúltima, 
    cuando el mar se retira apresurándose, 
    cuando sobre la arena quedan sólo unas conchas, 
    unas frías escamas de unos peces amándose. 

    Muerte como el puñado de arena, 
    como el agua que en el hoyo queda solitaria, 
    como la gaviota que en medio de la noche 
    tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.

    Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898. Pasó su infancia en Málaga y vivió casi toda su vida en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En plena juventud, una enfermedad le obliga a interrumpir sus actividades profesionales. Colaboró en revistas como Revista de Occidente (en 1926), Litoral, Carmen, Verso y Prosa, Mediodía, entre otras. Su primer libro, Ámbito (1928), ya deja ver las señales de su mundo poético: claridad e inmensidad del paisaje, depurada y contenida emoción. Es en Espadas como labios (1932) donde, según Dámaso Alonso, se escuchan ecos de gritos desmesurados, que comienzan a esbozar el translúcido, romántico y unificado mundo de Vicente Aleixandre. Destrucción o el amor (1935), Premio Nacional de Literatura, concreta la "unicidad" de su poesía. Su obra, en definitiva, trata de la vida, el amor y la muerte. Considerado uno de los grandes poetas de la generación del 27, en 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.

    • Dime pronto el secreto de tu existencia; 
      quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
      ni el corazón un árbol delicado, 
      ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
      no se va hacia la mar como todos los buques. 

    • Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, 
      como el silencio que queda después del amor, 
      yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo 
      hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. 
      Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. 

    • Tenía la naricilla respingona, y era menuda. 
      ¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua, 
      y nunca se asustaba. 
      Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento. 
      Como si las olas la hubieran acercado a la orilla, 

    • La memoria de un hombre está en sus besos, 
      pero nunca es verdad memoria extinta. 
      Contar la vida por los besos dados 
      no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. 
      Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. 
      Hacer es vivir más, o haber vivido, 

    • Venías cerrada, hermética, 
      a ramalazos de viento 
      crudo, por calles tajadas 
      a golpe de rachas, seco. 
      Planos simultáneos —sombras: 
      abierta, cerrada—. Suelos. 
      De bocas de frío, el frío. 
      Se arremolinaba el viento 
      en torno tuyo, ya a pique 

    • Un pájaro de papel en el pecho 
      dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
      vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
      besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
      Para morir basta un ruidillo, 
      el de otro corazón al callarse, 
      o ese regazo ajeno que en la tierra