Soy el destino, de Vicente Aleixandre | Poema

    Poema en español
    Soy el destino

    Sí, te he querido como nunca. 
    ¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima, 
    si se sabe que amar es sólo olvidar la vida, 
    cerrar los ojos a, lo oscuro presente 
    para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo? 

    Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua, 
    renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen, 
    pelada roca donde se refleja mi frente 
    cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro. 

    No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir, 
    embisten a las orillas límites de su anhelo, 
    ríos de los que unas voces inefables se alzan, 
    signos que no comprendo echado entre los juncos. 

    No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena mordida, 
    esa seguridad de vivir con que la carne comulga 
    cuando comprende que el mundo y este cuerpo 
    ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende. 

    No quiero no, clamar, alzar la lengua, 
    proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente, 
    que quiebra los cristales de esos inmensos cielos 
    tras los que nadie escucha el rumor de la vida. 

    Quiero vivir, vivir como la hierba dura, 
    como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante, 
    como el futuro de un niño que todavía no nace, 
    como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora. 

    Soy la música que bajo tantos cabellos 
    hace el mundo en su vuelo misterioso, 
    pájaro de inocencia que con sangre en las alas 
    va a morir en un pecho oprimido. 

    Soy el destino que convoca a todos los que aman, 
    mar único al que vendrán todos los radios amantes 
    que buscan a su centro, rizados por el círculo 
    que gira como la rosa rumorosa y total. 

    Soy el caballo que enciende su crin contra el pelado viento, 
    soy el león torturado por su propia melena, 
    la gacela que teme al río indiferente, 
    el avasallador tigre que despuebla la selva, 
    el diminuto escarabajo que también brilla en el día. 

    Nadie puede ignorar la presencia del que vive, 
    del que en pie en medio de las flechas gritadas, 
    muestra su pecho transparente que no impide mirar, 
    que nunca será cristal a pesar de su claridad, 
    porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre.

    Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898. Pasó su infancia en Málaga y vivió casi toda su vida en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En plena juventud, una enfermedad le obliga a interrumpir sus actividades profesionales. Colaboró en revistas como Revista de Occidente (en 1926), Litoral, Carmen, Verso y Prosa, Mediodía, entre otras. Su primer libro, Ámbito (1928), ya deja ver las señales de su mundo poético: claridad e inmensidad del paisaje, depurada y contenida emoción. Es en Espadas como labios (1932) donde, según Dámaso Alonso, se escuchan ecos de gritos desmesurados, que comienzan a esbozar el translúcido, romántico y unificado mundo de Vicente Aleixandre. Destrucción o el amor (1935), Premio Nacional de Literatura, concreta la "unicidad" de su poesía. Su obra, en definitiva, trata de la vida, el amor y la muerte. Considerado uno de los grandes poetas de la generación del 27, en 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.

    • Dime pronto el secreto de tu existencia; 
      quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
      ni el corazón un árbol delicado, 
      ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
      no se va hacia la mar como todos los buques. 

    • Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, 
      como el silencio que queda después del amor, 
      yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo 
      hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. 
      Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. 

    • Tenía la naricilla respingona, y era menuda. 
      ¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua, 
      y nunca se asustaba. 
      Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento. 
      Como si las olas la hubieran acercado a la orilla, 

    • La memoria de un hombre está en sus besos, 
      pero nunca es verdad memoria extinta. 
      Contar la vida por los besos dados 
      no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. 
      Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. 
      Hacer es vivir más, o haber vivido, 

    • Venías cerrada, hermética, 
      a ramalazos de viento 
      crudo, por calles tajadas 
      a golpe de rachas, seco. 
      Planos simultáneos —sombras: 
      abierta, cerrada—. Suelos. 
      De bocas de frío, el frío. 
      Se arremolinaba el viento 
      en torno tuyo, ya a pique 

    • Un pájaro de papel en el pecho 
      dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
      vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
      besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
      Para morir basta un ruidillo, 
      el de otro corazón al callarse, 
      o ese regazo ajeno que en la tierra