Ven, siempre ven, de Vicente Aleixandre | Poema

    Poema en español
    Ven, siempre ven

    No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida frente, 
    las huellas de unos besos, 
    ese resplandor que aún de día se siente si te acercas, 
    ese resplandor contagioso que me queda en las manos, 
    ese río luminoso en que hundo mis brazos, 
    en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a ya una dura vida de 
    lucero. 

    No quiero que vivas en mí como vive la luz, 
    con ese ya aislamiento de estrella que se une con su luz, 
    a quien el amor se niega a través del espacio 
    duro y azul que separa y no une, 
    donde cada lucero inaccesible 
    es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza. 

    La soledad destella en el mundo sin amor. 
    La vida es una vívida corteza, 
    una rugosa piel inmóvil 
    donde el hombre no puede encontrar su descanso, 
    por más que aplique su sueño contra un astro apagado. 

    Pero tú no te acerques. Tu frente destellante, carbón encendido que me arrebata a 
    la propia conciencia, 
    duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir, 
    de quemarme los labios con tu roce indeleble, 
    de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador. 

    No te acerques, porque tu beso se prolonga como el choque imposible de las 
    estrellas, 
    como el espacio que súbitamente se incendia, 
    éter propagador donde la destrucción de los mundos es un único corazón que 
    totalmente se abrasa. 
    Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro que encierra una muerte; 
    ven como la noche ciega que me acerca su rostro; 
    ven como los dos labios marcados por el rojo, 
    por esa línea larga que funde los metales. 

    Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante 
    que luces como una órbita que va a morir en mis brazos; 
    ven como dos ojos o dos profundas soledades, 
    dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco. 

    ¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo; 
    ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo; 
    ven, que ruedas como liviana piedra, 
    confundida como una luna que me pide mis rayos!

    Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898. Pasó su infancia en Málaga y vivió casi toda su vida en Madrid, donde estudió Derecho y Comercio. En plena juventud, una enfermedad le obliga a interrumpir sus actividades profesionales. Colaboró en revistas como Revista de Occidente (en 1926), Litoral, Carmen, Verso y Prosa, Mediodía, entre otras. Su primer libro, Ámbito (1928), ya deja ver las señales de su mundo poético: claridad e inmensidad del paisaje, depurada y contenida emoción. Es en Espadas como labios (1932) donde, según Dámaso Alonso, se escuchan ecos de gritos desmesurados, que comienzan a esbozar el translúcido, romántico y unificado mundo de Vicente Aleixandre. Destrucción o el amor (1935), Premio Nacional de Literatura, concreta la "unicidad" de su poesía. Su obra, en definitiva, trata de la vida, el amor y la muerte. Considerado uno de los grandes poetas de la generación del 27, en 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Falleció en Madrid en 1984.

    • Dime pronto el secreto de tu existencia; 
      quiero saber por qué la piedra no es pluma, 
      ni el corazón un árbol delicado, 
      ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos 
      no se va hacia la mar como todos los buques. 

    • Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto, 
      como el silencio que queda después del amor, 
      yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo 
      hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen. 
      Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído. 

    • Tenía la naricilla respingona, y era menuda. 
      ¡Cómo le gustaba correr por la arena! Y se metía en el agua, 
      y nunca se asustaba. 
      Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento. 
      Como si las olas la hubieran acercado a la orilla, 

    • Venías cerrada, hermética, 
      a ramalazos de viento 
      crudo, por calles tajadas 
      a golpe de rachas, seco. 
      Planos simultáneos —sombras: 
      abierta, cerrada—. Suelos. 
      De bocas de frío, el frío. 
      Se arremolinaba el viento 
      en torno tuyo, ya a pique 

    • La memoria de un hombre está en sus besos, 
      pero nunca es verdad memoria extinta. 
      Contar la vida por los besos dados 
      no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. 
      Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. 
      Hacer es vivir más, o haber vivido, 

    • Un pájaro de papel en el pecho 
      dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
      vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
      besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
      Para morir basta un ruidillo, 
      el de otro corazón al callarse, 
      o ese regazo ajeno que en la tierra