Él decía a su amada: Si pudiéramos ir los dos juntos, el alma rebosante de fe, con fulgores extraños en el fiel corazón, ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible salir de este París triste y loco, huiríamos; no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias, a buscar un rincón donde crece la hierba, donde hay árboles y hay una casa chiquita con sus flores y un poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música de algún pájaro que se ha posado en las tejas, y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos tener necesidad de otra cosa en el mundo?
Cuando el soplo de abril abre las flores, buscan las golondrinas de la vieja torre las agrestes ruinas; los pardos ruiseñores buscando van, bien mío, el bosque más sombrío, para esconder a todos su morada en los frondosos ramos.
Las sombras descendían, los pájaros callaban, la luna desplegaba su nacarado olán. La noche era de oro, los astros nos miraban y el viento nos traía la esencia del galán.
Puesto que apliqué mis labios a tu copa llena aún, y puse entre tus manos mi pálida frente; puesto que alguna vez pude respirar el dulce aliento de tu alma, perfume escondido en la sombra.