Puesto que apliqué mis labios a tu copa llena aún, y puse entre tus manos mi pálida frente; puesto que alguna vez pude respirar el dulce aliento de tu alma, perfume escondido en la sombra.
Puesto que me fue concedido escuchar de ti las palabras en que se derrama el corazón misterioso; ya que he visto llorar, ya que he visto sonreír, tu boca sobre mi boca, tus ojos en mis ojos.
Ya que he visto brillar sobre mi cabeza ilusionada un rayo de tu estrella, ¡ay!, siempre velada. Ya que he visto caer en las ondas de mi vida un pétalo de rosa arrancado a tus días,
puedo decir ahora a los veloces años: ¡Pasad! ¡Seguid pasando! ¡Yo no envejeceré más! Idos todos con todas nuestras flores marchitas, tengo en mi álbum una flor que nadie puede cortar.
vuestras alas, al rozarlo, no podrán derramar el vaso en que ahora bebo y que tengo bien lleno. Mi alma tiene más fuego que vosotros ceniza. Mi corazón tiene más amor que vosotros olvido.
Cuando por fin se encuentran dos almas, que durante tanto tiempo se han buscado una a otra entre el gentío, cuando advierten que son parejas, que se comprenden y corresponden, en una palabra, que son semejantes,
Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado. Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores. Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.
Quienquiera que fueres, óyeme: si con ávidas miradas nunca tú a la luz del véspero has seguido las pisadas, el andar süave y rítmico de una celeste visión;
Él decía a su amada: Si pudiéramos ir los dos juntos, el alma rebosante de fe, con fulgores extraños en el fiel corazón, ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
Estaba despeinada y con los pies desnudos al borde del estanque y en medio del juncal... Creí ver una ninfa, y con acento dulce: '¿quieres venir al bosque?', le pregunté al pasar.
A la orilla del mar yo estaba solo; era una noche espléndida de estrellas; bajo el límpido cielo ni una nube, sobre la mar dormida ni una vela. Mis ojos insaciables traspasaban de ese horizonte vago las barreras, y todo el universo, el monte, el valle,
Cuando el soplo de abril abre las flores, buscan las golondrinas de la vieja torre las agrestes ruinas; los pardos ruiseñores buscando van, bien mío, el bosque más sombrío, para esconder a todos su morada en los frondosos ramos.