A la orilla del mar yo estaba solo; era una noche espléndida de estrellas; bajo el límpido cielo ni una nube, sobre la mar dormida ni una vela. Mis ojos insaciables traspasaban de ese horizonte vago las barreras, y todo el universo, el monte, el valle, las florestas oscuras, la alta peña, en confuso murmurio, parecían interrogar de la celeste esfera, a la apacible lumbre y á las ondas que abraza en su confín la mar inmensa.
La innumerable armada desparcida de temblorosas, nítidas estrellas - '¡el Señor!'-humildes murmuraban bajo la viva luz de sus diademas; y las azules ondas, perturbando el solemne silencio de la tierra, en lánguido crescendo respondían, jugando con la espuma de sus crestas: -'¡Es Dios... el Señor Dios! ¡En las alturas gloría al que al mar con su poder sujeta!'-
Poema en el idioma original
Extase
J'étais seul près des flots, par une nuit d'étoiles. Pas un nuage aux cieux, sur les mers pas de voiles. Mes yeux plongeaient plus loin que le monde réel. Et les bois, et les monts, et toute la nature, Semblaient interroger dans un confus murmure Les flots des mers, les feux du ciel.
Et les étoiles d'or, légions infinies, A voix haute, à voix basse, avec mille harmonies, Disaient, en inclinant leurs couronnes de feu; Et les flots bleus, que rien ne gouverne et n'arrête, Disaient, en recourbant l'écume de leur crête: - C'est le Seigneur, le Seigneur Dieu.
Cuando por fin se encuentran dos almas, que durante tanto tiempo se han buscado una a otra entre el gentío, cuando advierten que son parejas, que se comprenden y corresponden, en una palabra, que son semejantes,
Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado. Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores. Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.
Quienquiera que fueres, óyeme: si con ávidas miradas nunca tú a la luz del véspero has seguido las pisadas, el andar süave y rítmico de una celeste visión;
Él decía a su amada: Si pudiéramos ir los dos juntos, el alma rebosante de fe, con fulgores extraños en el fiel corazón, ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
Estaba despeinada y con los pies desnudos al borde del estanque y en medio del juncal... Creí ver una ninfa, y con acento dulce: '¿quieres venir al bosque?', le pregunté al pasar.
A la orilla del mar yo estaba solo; era una noche espléndida de estrellas; bajo el límpido cielo ni una nube, sobre la mar dormida ni una vela. Mis ojos insaciables traspasaban de ese horizonte vago las barreras, y todo el universo, el monte, el valle,
¡Nunca insultéis a la mujer caída! Nadie sabe qué peso la agobió, ni cuántas luchas soportó en la vida, ¡hasta que al fin cayó! ¿Quién no ha visto mujeres sin aliento asirse con afán a la virtud, y resistir del vicio el duro viento