Luz, primera luz de la noche, como en un cuarto
En el que descansamos y, casi por nada, pensamos
Que el mundo imaginado es bien esencial.
Allí estaba, palabra tras palabra,
El poema que ocupó el lugar de una montaña.
Él aspiraba de su oxígeno,
Incluso cuando el libro yacía del revés sobre el polvo, en su mesa.
Le trajo a la memoria cómo necesitó
De algún lugar para seguir su rumbo,
Cómo llegó a recomponer los pinos,
A trasladar las rocas, abrir camino entre las nubes,
Para una perspectiva que sería perfecta,
Donde él se consumase en una inexplicable consunción:
La exacta roca en donde sus inexactitudes
Descubriesen, al fin, el panorama hacia el que había tendido,
Donde pudiese yacer y, contemplando el mar,
Reconocer su hogar, único y solitario.