Cuando estés vieja y cansada, y vencida por el sueño, Y dormitando junto al fuego tomes este papel, Y lentamente leas, y sueñes con la dulce belleza Que tus ojos tuvieron antaño, y también con sus sombras profundas.
Cuántos amaron tus momentos de alegre dulzura, Y amaron tu belleza con amor sincero o falso, Pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina Y también las tristezas de tu rostro cambiante.
Y cuando, inclinada junto a las barras candentes, Murmures, con cierta tristeza, cómo el amor huyó Y escapó allí arriba por los montes, Y escondió su rostro entre un tropel de estrellas.
En la escuela imaginaron sus camaradas preferidos que él llegaría a ser hombre famoso; y él lo mismo pensó y vivió en esa idea, sus veinte años repletos de trabajos: «¿Y, ahora, qué? -cantaba el espectro de Platón-. ¿Y, ahora, que?»
Cuando estés vieja y cansada, y vencida por el sueño, Y dormitando junto al fuego tomes este papel, Y lentamente leas, y sueñes con la dulce belleza Que tus ojos tuvieron antaño, y también con sus sombras profundas.
Al ceñirte en mis brazos, estrecho contra mi corazón esa belleza que del mundo hace mucho se marchara: coronas engastadas que reyes arrojaron en charcas fantasmales, huyendo los ejércitos; cuentos de amor tejidos con hebras de seda