Al ceñirte en mis brazos, estrecho contra mi corazón esa belleza que del mundo hace mucho se marchara: coronas engastadas que reyes arrojaron en charcas fantasmales, huyendo los ejércitos; cuentos de amor tejidos con hebras de seda por soñadoras damas en telas que nutrieron la polilla asesina: rosas de tiempos idos que las damas tejieron en sus pelos; lirios fríos de rocío que las damas portaron por tanto corredor sagrado, adonde tales nubes de incienso se elevaban que sólo Dios estaba con los ojos abiertos: ya que el pálido pecho, la mano demorada, nos llegan de otras tierras más pesadas de sueño, y también de otra hora más pesada de sueño. Y cuando tú suspiras entre besos escucho la blanca Belleza también suspirando por aquella hora cuando todo deberá consumirse cual rocío. Mas llama sobre llama y hondura sobre hondura, y trono sobre trono y medio en sueños, posadas sus espadas en sus férreas rodillas, tristemente cavilan sobre grandes misterios solitarios.
Cuando estés vieja y cansada, y vencida por el sueño, Y dormitando junto al fuego tomes este papel, Y lentamente leas, y sueñes con la dulce belleza Que tus ojos tuvieron antaño, y también con sus sombras profundas.
En la escuela imaginaron sus camaradas preferidos que él llegaría a ser hombre famoso; y él lo mismo pensó y vivió en esa idea, sus veinte años repletos de trabajos: «¿Y, ahora, qué? -cantaba el espectro de Platón-. ¿Y, ahora, que?»
Al ceñirte en mis brazos, estrecho contra mi corazón esa belleza que del mundo hace mucho se marchara: coronas engastadas que reyes arrojaron en charcas fantasmales, huyendo los ejércitos; cuentos de amor tejidos con hebras de seda