Iba solitario como una nube que flota sobre valles y colinas, cuando de pronto vi una muchedumbre de dorados narcisos: se extendían junto al lago, a la sombra de los árboles, en danza con la brisa de la tarde.
Reunidos como estrellas que brillaran en el cielo lechoso del verano, Poblaban una orilla junto al agua dibujando un sendero ilimitado. Miles se me ofrecían a la vista, moviendo sus cabezas danzarinas.
El agua se ondeaba, pero ellas mostraban una más viva alegría. ¿Cómo, si no feliz, será un poeta en tan clara y gozosa compañía? Mis ojos se embebían, ignorando que aquel prodigio suponía un bálsamo.
Porque a menudo, tendido en mi cama, pensativo o con ánimo cansado, los veo en el ojo interior del alma que es la gloria del hombre solitario. y mi pecho recobra su hondo ritmo y baila una vez más con los narcisos.
¿Por qué estás silenciosa? ¿Es una planta tu amor, tan deleznable y pequeñita, que el aire de la ausencia lo marchita? Oye gemir la voz en mi garganta:
Un solo paso, que me libertó de los límites de aquel ciego vapor, abrió a mis ojos un tan vivo esplendor como no viera nunca el despierto sentido ni el alma en sus ensueños. Fué la visión, de pronto desplegada, una inmensa ciudad; se hubiera dicho
Iba solitario como una nube que flota sobre valles y colinas, cuando de pronto vi una muchedumbre de dorados narcisos: se extendían junto al lago, a la sombra de los árboles, en danza con la brisa de la tarde.