Poner un pie en la tierra me llevaría sin duda al fin del mundo; un pasito tras otro, conectando el alma al alma, como cuando no podía entrar a la escuela y me echaba a caminar embelesado.
Me parece sin embargo que es mía la última hora de esta tarde. La transparencia de estos aires me deja ver los montes que siempre están allí, celando la posibilidad de un vuelo más extenso.
Cierro un ojo y otro alternativamente para desconcertar al horizonte. Fácilmente me perdería en el sueño arreglado de los recuerdos. Sin pretensiones debo aceptar que así es la vida.
Aquí estoy otra vez con mi corazón merodeante rondando sobre el mercado de esclavas. Jamás me bastará la vida, en una sola vez es imposible armar tanta pedacería.
Necesito largar la pierna, largar la vena, mover el músculo del porvenir; nadie sabe de qué cosa es la vida, ni el zopilote malhecho que me está esperando ni la culta mariposa que se queda embarrada en el vidrio parabrisas.
Pero aunque no sé sé que la vida me ha andado siempre cerca y que siempre he estado a punto de agarrarle un pie.
Huele a muchacha el aire de mediodía, huele a muchacha natural, y está tan cargado de olor a muchacha el aire de mediodía que estoy a punto de gritar que el aire de mediodía huele a muchacha.
¡Ah, gritemos! ¡Gritemos! Ninguno ha de salirse con la suya, con la misma vamos todos. ¡Gritemos! Ningún escudo sirve, ninguna malla defiende y el parapeto del sueño sólo es fino algodón envanecido.
Poner un pie en la tierra me llevaría sin duda al fin del mundo; un pasito tras otro, conectando el alma al alma, como cuando no podía entrar a la escuela y me echaba a caminar embelesado.