Al declinar la tarde, se acercan los amigos; pero la vocecita no deja de llorar. Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos, pero sigue cayendo la gota de pesar.
No sabemos de dónde viene la vocecita; registramos la granja, el establo, el pajar. El campo en la tibieza del blando sol dormita, pero la vocecita no deja de llorar.
-¡La noria que chirría! -dicen los más agudos-. Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Qué cosa tan singular! Se contemplan atónitos, se van quedando mudos porque la vocecita no deja de llorar.
Ya es franca desazón lo que antes era risa y se adueña de todos un vago malestar, y todos se despiden y se escapan de prisa, porque la vocecita no deja de llorar.
Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo y hasta finge un sollozo la leña del hogar. A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo, pero la vocecita no deja de llorar.
Al declinar la tarde, se acercan los amigos; pero la vocecita no deja de llorar. Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos, pero sigue cayendo la gota de pesar.
En vano ensayaríamos una voz que les recuerde algo a los Hombres, alma mía que no tuviste a quien heredar; en vano buscamos, necios, en ondas del mismo Leteo, reflejos que nos pinten las estrellas que nunca vimos.