I
En vano ensayaríamos una voz que les recuerde algo a los Hombres,
alma mía que no tuviste a quien heredar;
en vano buscamos, necios, en ondas del mismo Leteo,
reflejos que nos pinten las estrellas que nunca vimos.
Como el perro callejero, en quien unas a otras se borran
las marcas de los atavismos, O como el canalla civilizado
-heredera de todos, alma mía, mestiza irredenta, no
tuviste a quien heredar.
Y el hombre sólo quiere oír lo que sus abuelos contaban;
y los narradores de historias
buscan el Arte Poética en los labios de la nodriza.
Pudo seducirnos la brevedad simple, la claridad elegante,
la palabra única que salta de la idea como bota el
luchador sobre el pie descalzo...
Mientras el misterio lo consentía, mientras el misterio
lo consentía.
II
Alma mía, suave cómplice:
No se hizo para nosotros la sintaxis de todo el mundo,
ni hemos nacido, no, bajo la arquitectura de los Luises
¿Quién, a la hora del duende, no vio escaparse la esfera,
rodando, de la mano del sabio?
Con zancadas de muerte en zanco échase a correr el
compás, acuchillando los libros que el cuidado olvidó en
la mesa.
Así se nos han de escapar las máquinas de precisión,
las balanzas de Filología,
mientras las pantuflas bibliográficas nos pegan a la
tierra los pies.
(Y un ruido indefinible se oía, y el buen hombre se daba
a los diablos.
Y cuando acabó de soñar, pudo percatarse de que aquella
noche los ángeles -¡los ángeles!- habían cocinado para él. )
III
San Isidro, patrón de Madrid, protector de la holgazanería;
San Isidro Labrador: quítame el agua y ponme el sol.
San Isidro, por la mancero que nunca tu mano tocara;
San Isidro: quítame el sol, a cuya luz se espulgó la
canalla; quítame el sol y ponme el agua.
Si por los cabellos arrastras la vida,
como arrastra el hampón la querida.
Ella trabajará para ti
San Isidro, patrón de Madrid: deja que los ángeles
vengan a labrar,
y hágase en todo nuestra voluntad.
IV
Bíblica fatida de ganarse el pan,
desconsiderado miedo a la pobreza.
Con la cruz de los brazos abiertos
¡quién girara al viento como veleta!
Fatiga de ganarse el pan:
como la cintura de Saturno,
ciñe al mundo la Necesidad.
La Necesidad, maestra de herreros,
madre de las rejas carcelarias
y de los barrotes de las puertas;
tan bestial como la coz del asno
en la cara fresca de La molinera,
y tan majestuosa como el cielo.
Odio a la pobreza: para no tener que medir
por peso tantos kilogramos de hijos y criados;
para no educar a los niños en escasez de juguetes y flores;
para no criar monstruos despeinados,
que alcen mañana los puños contra la nobleza de la vida.
Pero ¿vale más que eso ser un Príncipe sin corona, si
un Príncipe Internacional,
que va chapurrando todas las lenguas
y viviendo por todos los pueblos,
entre la opulencia de sus recuerdos?
¿Valen más las plantas llagadas por la poca costumbre de andar
que las sordas manos sin tacto, callosas de tanto afanar?
Bíblica fatiga de ganarse el pan,
desconsiderando miedo a la pobreza.
Alma, no heredamos oficio ninguno – ama loca sin economía.
Si lo compro de pan, se me acaba;
si lo compro de aceite, se me acaba.
Compraremos una escoba de paja.
Haremos
con la paja
una escalera.
La escalera ha de llegar hasta el cielo.
Y, a tanto trepar, hemos de alcanzar,
siempre adelantando una pierna a la otra.