La dama de Shalott, de Alfred Tennyson | Poema

    Poema en español
    La dama de Shalott

      
    En las orillas del río, durmiendo, 
    grandes campos de cebada y centeno 
    visten colinas y encuentran al cielo; 
    a través del campo, marcha el sendero 
    hacia las mil torres de Camelot; 
    y arriba, y abajo, la gente viene, 
    mirando a donde los lirios florecen, 
    en la isla que río abajo aparece: 
    es la isla de Shalott. 

    Tiembla el álamo, palidece el sauce, 
    grises brisas estremecen los aires 
    y la ola, que por siempre llena el cauce, 
    por el río y desde la isla distante 
    fluye que fluye, hasta Camelot. 
    Cuatro muros grises: sus grises torres 
    dominan un espacio entre las flores, 
    y en el silencio de la isla se esconde 
    la dama de Shalott. 

    Tras un velo de sauces, por la orilla, 
    a las pesadas barcas las deslizan 
    unos lentos caballos; y furtiva, 
    una vela de seda traza huidiza, 
    surcos de espuma, hacia Camelot. 
    Pero ¿quién la vio nunca saludando? 
    ¿o en la ventana de su estudio estando? 
    ¿o acaso es conocida en el condado 
    la dama de Shalott? 

    Sólo los segadores muy temprano, 
    cuando siegan ya maduros los granos, 
    escuchan ecos de un alegre canto 
    que desde el río llega, alto y claro 
    hasta las mil torres de Camelot: 
    Bajo la luna el segador trabaja, 
    apilando haces en las eras altas. 
    Escucha y murmura: “es ella, el hada, 
    la dama de Shalott”. 



       II 


    Ella teje una tela día y noche, 
    tela mágica de hermosos colores. 
    Ha oído murmurar un rumor, sobre 
    una maldición: ay como se asome 
    y mire lejos, hacia Camelot. 
    No sabe que maldición pueda ser, 
    ella teje y no deja de tejer, 
    y otra cosa no hay que pueda temer, 
    la dama de Shalott. 
    Moviéndose sobre un espejo claro 
    que cuelga frente a ella todo el año, 
    sombras del mundo aparecen. Cercano 
    ve ella el camino que serpenteando 
    conduce a las torres de Camelot; 
    Allí el remolino del río gira, 
    y descortés el aldeano grita, 
    y de las mozas las capas rojizas 
    se alejan de Shalott. 
    A veces un tropel de alegres damas, 
    un abate, al que portan con calma, 
    o es un pastor de cabeza rizada, 
    o de largo pelo y carmesí capa, 
    un paje se dirige a Camelot; 
    y a veces cruzan el azul espejo 
    caballeros de dos en dos viniendo: 
    no tiene un buen y leal caballero 
    la dama de Shalott. 

    Pero en su tela disfruta y recoge 
    del espejo las mágicas visiones, 
    y a menudo en las silenciosas noches 
    un funeral con plumas y faroles 
    y música, iba hacia Camelot: 
    O venían, la luna en su camino, 
    amantes casados de ahora mismo; 
    “Estoy enferma de tanta sombra”, dijo 
    la dama de Shalott. 



       III 


    A tiro de arco del alero de ella, 
    él cabalgaba entre la mies de la era; 
    deslumbraba el sol entre hojas nuevas, 
    y ardía sobre las broncíneas grebas 
    del valiente y audaz Sir Lancelot. 
    Un cruzado al que arrodillado puso 
    con la dama por siempre en el escudo, 
    brillaba en el campo amarillo, junto 
    la lejana Shalott. 

    Brillaba libre enjoyada la brida: 
    una rama de estrellas imprevistas 
    colgadas de una Galaxia amarilla. 
    Sonaban alegres las campanillas 
    mientras cabalgaba hacia Camelot: 
    y en bandolera, plata entre blasones, 
    colgaba un potente clarín. Al trote, 
    su armadura tintineaba, sobre 
    la lejana Shalott. 

    Bajo el azul despejado del cielo 
    refulgía la silla de oro y cuero, 
    ardía el yelmo y la pluma del yelmo, 
    juntas como una sola llama al viento, 
    mientras cabalgaba hacia Camelot: 
    Así en la noche púrpura se viera, 
    bajo cúmulos sembrados de estrellas, 
    un cometa, cola de luz, que llega, 
    a la quieta Shalott. 

    Su frente alta y clara, al sol brillaba; 
    sobre los pulidos cascos trotaba; 
    por debajo de su yelmo flotaban 
    los bucles negros, mientras cabalgaba, 
    cabalgaba directo a Camelot. 
    Desde la orilla, y desde el río, 
    brilló en el espejo de cristal, 
    “tralarí lará” cantando en el río 
    iba Sir Lancelot. 

    Dejó la tela, y dejó el telar, 
    tres pasos en su cuarto ella fue a dar, 
    ella vio el lirio de agua reventar, 
    el yelmo y la pluma ella fue a mirar, 
    y posó su mirada en Camelot. 
    Voló la tela, y se quedó aparte; 
    se rompió el espejo de parte a parte; 
    “la maldición vino a mi”, gritó suave 
    la dama de Shalott. 



       IV 


    En la tormenta que de este soplaba, 
    los bosques de oro pálido menguaban, 
    y el río ancho en su orilla los lloraba. 
    Un cielo negro y bajo diluviaba 
    encima las torres de Camelot. 
    Ella bajó hasta el río, y encontróse 
    bajo un sauce, una barca aún a flote, 
    y escribió, justo en la proa del bote, 
    “La Dama de Shalott”. 

    Del río a través del pequeño espacio 
    como un audaz adivino extasiado 
    y en trance, viendo ante sí su trágico 
    destino, y con el semblante impávido, 
    ella miró lejos, a Camelot. 
    Y cuando el día por fin se acababa, 
    ella se tendió, y soltando amarras, 
    dejó que la corriente la arrastrara, 
    la dama de Shalott. 

    Tendida, vestida de un blanco nieve 
    desbordando por los lados del bote 
    las hojas cayendo sobre ella, leves, 
    a través del sonido de la noche, 
    ella flotaba hacia Camelot. 
    Y mientras la afilada proa hería 
    los campos y las esbeltas colinas, 
    se oyó un cantar, su última melodía, 
    la dama de Shalott. 

    Se oyó un cantar, un cantar triste y santo 
    cantado con fuerza y luego muy bajo, 
    hasta helarse su sangre muy despacio, 
    por completo sus ojos se cerraron 
    fijos en las torres de Camelot. 
    Porque hasta allí llegó con la marea, 
    de las primeras casas a la puerta, 
    y cantando su canción quedó muerta, 
    la dama de Shalott. 

    Debajo la torre y la balconada 
    entre las galerías y las tapias 
    hermosa y resplandeciente flotaba, 
    pálida de muerte, entre las casas, 
    entrando silenciosa en Camelot. 
    Al embarcadero juntos salieron: 
    dama y señor, burgués y caballero, 
    su nombre junto a la proa leyeron, 
    la dama de Shalott. 

    ¿Qué tenemos aquí? ¿Y qué es todo esto? 
    Y en el palacio de luces y juegos 
    el jolgorio real tornó silencio; 
    Se santiguaron todos con miedo, 
    los caballeros, allí en Camelot: 
    Pero Lancelot, meditando un poco, 
    fue y dijo, “Ella tiene el rostro hermoso, 
    por gracia de Dios misericordioso, 
    la dama de Shalott.”