Volverse a enamorar. Besar una piel que sabe distinto, no encontrar puntos de referencia que indiquen el momento justo, la caricia perfecta, la mano compañera. Retornar a un cuerpo nuevo sin los huecos del anterior, no poder palpar una nuca excitada, una espalda con escalofríos conocidos. Qué pobre se queda el intento de amar igual a la primera vez. Cómo pesa una boca tan sabida, tan llena de humo compartido ante la desconocida tan poco explorada, tan miedosa. Cuánto cuesta abandonarte, lavarme de tu olor, quitarme las huellas de tu peso, desdoblarme en otra Almudena y comenzar a hacer mía una figura de la calle que me asusta y que ¿quiero? poseer, pero... tú, ahí estás tú, traspasando con tu desnudo mi sombra, consolándome pesaroso de mi dolor al terminar, tu sonrisa y tu cigarrillo, ese brazo moreno rodeando mi cintura y llevándome a un lecho desordenado...
y tus manos de violinista volando y enredándose en mis senos.
Volverse a enamorar. Besar una piel que sabe distinto, no encontrar puntos de referencia que indiquen el momento justo, la caricia perfecta, la mano compañera. Retornar a un cuerpo nuevo sin los huecos del anterior,
¡Oh Juan!, ¿por qué sueñas siempre rosas? Ya no nos caben en la habitación, esto no puede seguir así: Cada día te levantas con las sábanas llenas de rosas y si por casualidad hacemos el amor no se conforman con quedarse quietas de mañana, no:
Leo lo que escribí de ti y de mí en esos días de tanta lluvia, con Bach y los naranjos de contertulios ante el fuego y los catarros, las pupas, las mutuas manías, advirtiéndonos de aquella bomba colgada del tiesto de las glicinas