Leo lo que escribí de ti y de mí en esos días de tanta lluvia, con Bach y los naranjos de contertulios ante el fuego y los catarros, las pupas, las mutuas manías, advirtiéndonos de aquella bomba colgada del tiesto de las glicinas que oscilaba sobre nuestras cabezas sin llegar a caer, contenida por el Atlante de la risa y el lujo inaudito de poder ignorarnos, de tener tiempos muertos, de no abundar en preguntas y respuestas cuando había tanto que disfrutar del silencio.
Desde entonces hasta ahora los atlantes se nos han vuelto anémicos y quién sabe si ésos fueron y serán nuestros últimos días de lluvia, pero, de todas formas, me sigue gustando leer lo que escribí de ti y de mí, en especial lo de tu imagen con bufanda volviendo de comprar la leche y el pan, y la mía con sonrisa y pijama de osos pandas saludándote desde el balcón.
Volverse a enamorar. Besar una piel que sabe distinto, no encontrar puntos de referencia que indiquen el momento justo, la caricia perfecta, la mano compañera. Retornar a un cuerpo nuevo sin los huecos del anterior,
Leo lo que escribí de ti y de mí en esos días de tanta lluvia, con Bach y los naranjos de contertulios ante el fuego y los catarros, las pupas, las mutuas manías, advirtiéndonos de aquella bomba colgada del tiesto de las glicinas
¡Oh Juan!, ¿por qué sueñas siempre rosas? Ya no nos caben en la habitación, esto no puede seguir así: Cada día te levantas con las sábanas llenas de rosas y si por casualidad hacemos el amor no se conforman con quedarse quietas de mañana, no: