Nada. No pegaba nada con tanta lluvia, esa chaqueta de angorina rosa y botones de nácar que él me regaló.
Tampoco encendimos una velita al apóstol, porque un niño a nuestro lado acababa de darse un cabezazo tremendo contra la pila bautismal, y que hubo que consolarlo hasta que llegaron sus padres.
El museo nos desilusionó. Yo me puse rara y él venga a mirar al cielo, y al final un paseo dudosamente conciliador por los soportales -basta que a mí me hicieran gracia los punkies, para que a él lo escandalizasen-, después de mi vaso de leche y su maniática ginebra 'MG con Schweppes de naranja, por favor'.
Ah, se me olvidaba contaros que el frío fue la nota predominante del día y que la noche, a pesar de todo, la pasamos juntos.
Volverse a enamorar. Besar una piel que sabe distinto, no encontrar puntos de referencia que indiquen el momento justo, la caricia perfecta, la mano compañera. Retornar a un cuerpo nuevo sin los huecos del anterior,
¡Oh Juan!, ¿por qué sueñas siempre rosas? Ya no nos caben en la habitación, esto no puede seguir así: Cada día te levantas con las sábanas llenas de rosas y si por casualidad hacemos el amor no se conforman con quedarse quietas de mañana, no:
Leo lo que escribí de ti y de mí en esos días de tanta lluvia, con Bach y los naranjos de contertulios ante el fuego y los catarros, las pupas, las mutuas manías, advirtiéndonos de aquella bomba colgada del tiesto de las glicinas