Un atónito búho de conchas me espía desde detrás de la catedral de Palma, en la estantería azul. La llama de una vela se menea ante los rostros de la Virgen y Jesucristo. Un angelillo toca el laúd, bien cerca.
Se hace el profundo. Se atusa la perilla. Se lía un cigarrillo y lo chupa. Aspira con los ojos entrecerrados. Como viendo algo más allá de la anodina tarde otoñal. Expulsa humo. Nos mira y nos escucha, condescendiente. 'Mediocres', parece pensar.
Si los académicos no aprecian mi prosa es por culpa de una ex novia que se quedó embarazada y nunca me confesó quién era el padre. Aunque, antes de largarse, me hizo una advertencia.