Los cabrones avariciosos del pueblo han talado todos los chopos de la ribera. Ahora, el río fluye calvo a su paso por el municipio. Entre los lugareños se comenta que los mandatarios se han embolsado 100.000 euros con la acción. Sólo han dejado en pie el viejo tronco donde anida la cigüeña. Cientos de tocones lo observan, envidiosos, a ras de suelo.
Papá solía columpiarme en la chopera. La pantalla de mi móvil se cascó contra sus guijarros. Algunos chavales pescaban a la sombra. Otros tragaban nubes paradisíacas. Se daba y recibía amor (arrugados y pringosos pañuelos así lo atestiguan). Se jugaba al Medievo... La zona no se habrá recuperado hasta mis cuarenta. Por el momento, mi pueblo es visible desde la carretera de Cervera. Un puñado de luces desnudas, moribundas y tristes.
Nochebuena. El rey ya ha balbuceado su arenga. La familia se reúne en torno a una mesa invadida por vieiras gratinadas y langostinos. En las copas, el vino ecológico de tía M. En los cuerpos, sus efectos.
Las fábricas de leche están bien jodidas. El Gobierno vacila y los agricultores se forran. Recordad, el pillaje sólo ha de ejercerse cuando se hayan agotado todas las vías diplomáticas.
Tirado en la vieja mecedora. En la terraza del apartamento playero. Alzo la lata de Estrella Damm. Como si fuera el Santo Grial. Bebo con los ojos cerrados. El agua condensada gotea sobre mi ombligo. Acerco esta cerveza mediterránea a mis ojos miopes.
Tipos con toda la cara de un neandertal me observan desde detrás de sus cubatas de cuatro euros. Me analizan, dentro de sus posibilidades. Se preguntan qué hace una mujer como ella con un niñato como yo. Noto sus miradas clavándose en mi cogote.
Disfruto de un interesante sueldo. Aprovecho mi privilegiada situación social. Me financio los vicios. Poseo vastos conocimientos teóricos. Me gusta considerarme progresista, creador, artista. Pero la gente superficial (y mala) añade datos a mi descripción.