Desnudo y empalmado. En la apacible noche veraniega. Mantengo el equilibrio sobre la baranda. Me sujeto al toldo con brazos tensos.
Impulso el fluido filtrado, inocuo y salado, maloliente y cálido, hacia arriba. En un ángulo de 45º por lo menos. Primero, ENERGíA. Potencia suficiente como para empapar las nubes. La meada se curva más allá. Al cabo, pierde fuerza y altura. Se desfragmenta, se descompone. El aire la bate como un tenedor.
Algunas gotas emigran. El resto cae al unísono, vertiginosamente, varios pisos. Se cuela por las grietas del pavimento. Arrastra piedrecitas, pelusa, porquería. Fluye calle abajo.
Me pregunto dónde desembocará. Me pregunto dónde desembocaré.
Nochebuena. El rey ya ha balbuceado su arenga. La familia se reúne en torno a una mesa invadida por vieiras gratinadas y langostinos. En las copas, el vino ecológico de tía M. En los cuerpos, sus efectos.
Las fábricas de leche están bien jodidas. El Gobierno vacila y los agricultores se forran. Recordad, el pillaje sólo ha de ejercerse cuando se hayan agotado todas las vías diplomáticas.
Tirado en la vieja mecedora. En la terraza del apartamento playero. Alzo la lata de Estrella Damm. Como si fuera el Santo Grial. Bebo con los ojos cerrados. El agua condensada gotea sobre mi ombligo. Acerco esta cerveza mediterránea a mis ojos miopes.
Tipos con toda la cara de un neandertal me observan desde detrás de sus cubatas de cuatro euros. Me analizan, dentro de sus posibilidades. Se preguntan qué hace una mujer como ella con un niñato como yo. Noto sus miradas clavándose en mi cogote.
Disfruto de un interesante sueldo. Aprovecho mi privilegiada situación social. Me financio los vicios. Poseo vastos conocimientos teóricos. Me gusta considerarme progresista, creador, artista. Pero la gente superficial (y mala) añade datos a mi descripción.