Papá ha comprado un pack de cervezas Aloysius. Ochentaypico céntimos el medio litro. Es birra de trigo, negra. Nunca he visto cosa igual. . James Joyce tenía Aloysius como tercer nombre. Tal vez por eso su Retrato del artista adolescente se comprende mucho mejor con un par de pintas de este brebaje en el estómago.
Me vacío con ojos borrosos. En el minúsculo cuarto de baño de hombres hay también una rubia despampanante. Treinta y pocos gloriosos años. Su pelo me roza la cara. 'Oye, estás tardando mucho, ¿no?'. Huele a cerveza, marihuana y sudor.
Las finas hiedras se marchitan en las macetas de mamá. Procuran medrar, expandirse, pero el clima no lo consiente. Así que se limitan a ver pasar los coches, los perros, las nubes, las avispas, los transeúntes, las horas, los días, asomadas al balcón.
Frente a mí, un níveo maniquí femenino. Peluca encarnada y vagina de látex. Quiere absorber mi semen. Nutrirse de mi semilla. Inflar sus tejidos y aportarles la vitalidad de mi esperma.
Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres. Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones. Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.
Vuelvo a casa en Metro. Junto a mí, viaja una pareja de jovenzuelos. Ella no para de rajar. Él le besuquea la cara, cada poco tiempo. (Chuic chuic chuic), babosos y chascosos.