A veces, estando solo en mi habitación, lloro de angustia. Procuro no hacer ruido, por lo que, generalmente, me cuesta respirar. Escribir no consigue aliviar este miedo a perder a los míos. Vivo atenazado por el temor de que cada instante compartido sea el último.
Disfruto de un interesante sueldo. Aprovecho mi privilegiada situación social. Me financio los vicios. Poseo vastos conocimientos teóricos. Me gusta considerarme progresista, creador, artista. Pero la gente superficial (y mala) añade datos a mi descripción.
Las fábricas de leche están bien jodidas. El Gobierno vacila y los agricultores se forran. Recordad, el pillaje sólo ha de ejercerse cuando se hayan agotado todas las vías diplomáticas.
Nochebuena. El rey ya ha balbuceado su arenga. La familia se reúne en torno a una mesa invadida por vieiras gratinadas y langostinos. En las copas, el vino ecológico de tía M. En los cuerpos, sus efectos.
Tirado en la vieja mecedora. En la terraza del apartamento playero. Alzo la lata de Estrella Damm. Como si fuera el Santo Grial. Bebo con los ojos cerrados. El agua condensada gotea sobre mi ombligo. Acerco esta cerveza mediterránea a mis ojos miopes.