Nochebuena. El rey ya ha balbuceado su arenga. La familia se reúne en torno a una mesa invadida por vieiras gratinadas y langostinos. En las copas, el vino ecológico de tía M. En los cuerpos, sus efectos.
Con el transcurrir de los platos, la charla se vuelve picarona. Mi padre cuenta que, en más de una ocasión, escuchó a los suyos hacer el amor.
La yaya protesta. 'Es que el yayo era muy escandaloso'.
Papá aporta detalles. 'Me acuerdo de un día que estuvieron una hora, triqui triqui, triqui triqui, triqui triqui... Y yo, en la cama, mirando el reloj con cara de espanto'. Todos reímos. La yaya también, aunque se tapa la cara, avergonzada.
Cuando retira las manos ha rejuvenecido veinte años.
Eres un inútil. No das un palo al agua. Eres un inútil. Lo único que haces es levantarte a la una. Eres un inútil. Lo único que haces es pasarte el santo día tirado en el sofá. ERES UN INÚTIL.
Me vacío con ojos borrosos. En el minúsculo cuarto de baño de hombres hay también una rubia despampanante. Treinta y pocos gloriosos años. Su pelo me roza la cara. 'Oye, estás tardando mucho, ¿no?'. Huele a cerveza, marihuana y sudor.
Cada día me asemejo un poco más al cadáver que seré. Algunas veces la evidencia me atenaza. Me paro frente al espejo. E intento verme morir. Segundo a segundo. Célula a célula. Una ojerosa imagen me devuelve la tentativa desde el otro lado.
Despierto aturdido entre sábanas sudadas. Las siestas de más de dos horas te vapulean así. Ella ronca débilmente a mi espalda. Sus largos brazos me rodean.