Nochebuena. El rey ya ha balbuceado su arenga. La familia se reúne en torno a una mesa invadida por vieiras gratinadas y langostinos. En las copas, el vino ecológico de tía M. En los cuerpos, sus efectos.
Con el transcurrir de los platos, la charla se vuelve picarona. Mi padre cuenta que, en más de una ocasión, escuchó a los suyos hacer el amor.
La yaya protesta. 'Es que el yayo era muy escandaloso'.
Papá aporta detalles. 'Me acuerdo de un día que estuvieron una hora, triqui triqui, triqui triqui, triqui triqui... Y yo, en la cama, mirando el reloj con cara de espanto'. Todos reímos. La yaya también, aunque se tapa la cara, avergonzada.
Cuando retira las manos ha rejuvenecido veinte años.
Despierto aturdido entre sábanas sudadas. Las siestas de más de dos horas te vapulean así. Ella ronca débilmente a mi espalda. Sus largos brazos me rodean.
El jefe jefazo tiene cara de mala hostia. Lleva el pelo de oreja a oreja, como lamido por un choto. Camisa azul, por dentro del pantalón, como sujeción para su barriga colgandera.
Te dicen que abras un blog. Que pienses en el lector medio. Que te asocies con una editorial online. Que compres el servicio de maquetación y de diseño de cubierta. Que spamees a tus contactos del Facebook. Que se lo cuentes al vecino.