Dieron a los niños por una ramera. Dieron a las niñas por vino para beber.
Resultaba curioso ver al compungido alcalde, rodeado de alcachofas, destellado por los flashes, pidiendo que los ciudadanos rezasen por la niña, de nombre EQUIS, para que fuese encontrada pronto y en buen estado de salud... cuando días antes la había estado violando junto a su jauría de colegas de postín. (Entre todos sumaban un número indecente de condecoraciones honoríficas, medallitas bien lustradas). Afortunadamente para ellos, en este país no escasean los (chivatos) drogodependientes. Cabecitas de turco por sus malas cabezas.
Nochebuena. El rey ya ha balbuceado su arenga. La familia se reúne en torno a una mesa invadida por vieiras gratinadas y langostinos. En las copas, el vino ecológico de tía M. En los cuerpos, sus efectos.
Las fábricas de leche están bien jodidas. El Gobierno vacila y los agricultores se forran. Recordad, el pillaje sólo ha de ejercerse cuando se hayan agotado todas las vías diplomáticas.
Tirado en la vieja mecedora. En la terraza del apartamento playero. Alzo la lata de Estrella Damm. Como si fuera el Santo Grial. Bebo con los ojos cerrados. El agua condensada gotea sobre mi ombligo. Acerco esta cerveza mediterránea a mis ojos miopes.
Tipos con toda la cara de un neandertal me observan desde detrás de sus cubatas de cuatro euros. Me analizan, dentro de sus posibilidades. Se preguntan qué hace una mujer como ella con un niñato como yo. Noto sus miradas clavándose en mi cogote.
Disfruto de un interesante sueldo. Aprovecho mi privilegiada situación social. Me financio los vicios. Poseo vastos conocimientos teóricos. Me gusta considerarme progresista, creador, artista. Pero la gente superficial (y mala) añade datos a mi descripción.