Y me senté por descansar del día junto al gran ventanal y estuve allí no sé qué largo rato. Cansado estaba y triste y sin propósito viendo correr el agua de la fuente. Los del jardín eran colores foscos, verdes que se enlutaban y unas rosas al pie de una escalera por la lluvia gastados. Y allí mismo, en un rincón, bajo el naranjo agrio, las viejas herramientas que dejó el jardinero, la esterilla de esparto y el hocino de primitivo aspecto, curvo y negro. Se deshacía el día en fino polvo de oro, el agua por el canalillo de barro apenas se atrevía al ruido y a su torre volvían las palomas. No era de noche aún, sino de azul, de un azul muy intenso. Vino el amor entonces a mi lado a quedarse, el amor de las cosas del huerto, parte del cual estaba ya sembrado y esperaba su fruto. Pero de pronto una blanca lechuza se desplomó del cielo y me asustó su majestad al verla detrás de unos laureles remontando; hasta escuché sus fantasmales alas. no era de noche aún, el aire de azucenas perfumado, y cerré la ventana y ya no pude recorrer mi corazón del todo.
Apartado de todo, vuelto a mí en silencio egoísta, en soledad de campos y de encinas y callejas que el otoño volvió más taciturnas; asilado a esta sombra y sin más patria que una vieja edición de tus poemas;
Recuerdas aquel tiempo en que oler una rosa, una rosa tan sólo, ni siquiera perfecta, te arrancaba las lágrimas? Te acercabas despacio al rosal preferido y, a resguardo del mundo, como quien lleva dentro el tesoro más hondo
Y me senté por descansar del día junto al gran ventanal y estuve allí no sé qué largo rato. Cansado estaba y triste y sin propósito viendo correr el agua de la fuente. Los del jardín eran colores foscos, verdes que se enlutaban y unas rosas