Elegía, de Andrés Trapiello | Poema

    Poema en español
    Elegía

    A Miriam 
     
    Recuerdas aquel tiempo en que oler una rosa, 
    una rosa tan sólo, ni siquiera perfecta, 
    te arrancaba las lágrimas? Te acercabas despacio 
    al rosal preferido y, a resguardo del mundo, 
    como quien lleva dentro el tesoro más hondo 
    podías estar horas a su lado esperando 
    sin atreverte apenas a confesar tu dicha, 
    sabedor de que nadie te igualaba en fortuna. 

    Ibas buscando ávido los temblores simbólicos, 
    la estrella que caía de lo negro en lo negro, 
    o sus ojos oscuros o el ruido que en la noche 
    trenzaban los insectos en el astro bombilla 
    mientras de la majada volvían los acordes 
    truncos de las esquilas a su caja de música, 
    todo lo que temblando nacía o se acostaba. 

    Mientras atardecía ibais por las callejas. 
    ¿Recuerdas el olor del hinojo y la menta? 
    ¿Recuerdas que decías «como puñal lo noto 
    que me abrasara aquí», y el vientre señalabas? 

    Apenas si podíais articular palabra 
    por temor a estropear aquellos sentimientos 
    nombrándolos en alto, y habríais escogido 
    disolveros entonces en el aire anisado, 
    conscientes de que nunca estaríais tan cerca. 

    Cuando pienso que yo de joven cultivaba 
    momentos melancólicos cual gusanos de seda, 
    qué lejos me encontraba de sospechar que alguno 
    nacería deforme y me devoraría 
    justo cuando añorase la alegría de entonces, 
    la juventud perdida, aquel sutil talento 
    para hablar de la muerte al tiempo que llenaba 
    de caricias un cuerpo ceñido por la gracia. 

    Quién podía decirte que aquellas que trenzabas 
    guirnaldas primitivas se te marchitarían 
    tan pronto entre las manos. Hablabas de finales, 
    de viejos caserones y de ruinosas casas, 
    de sonidos oscuros y nidos de otro tiempo, 
    de calles provinciales y sonatas de Czerny, 
    pero eran entonces palabras solamente, 
    la muerte y la desdicha palabras nada más, 
    como lo fueran sombra, ruiseñor o ciprés. 

    Han pasado los años y ya nada es igual. 
    A tu rosal el tiempo le dio un tronco leñoso, 
    pero sus rosas siempre en cada primavera 
    vuelven a florecer. Sólo tú te haces viejo 
    de veras, sólo tú has oído hace un rato 
    delante de esa rosa un silencio inhumano 
    y has sentido miedo, y te has puesto a llorar, 
    no lágrimas estéticas como aquellas antiguas, 
    sino un lloro dañino, pues todo cuanto entonces 
    pensabas que sería como ruina armoniosa, 
    con su bonita yedra y su viejo jardín, 
    no es más que un trozo informe de mineral silencio, 
    el dolor de ser piedra suelta por un camino.