Por no hacerle la guerra a la costumbre, allí, en el probador. Allí tus pechos, tan blancos, tan franceses, tan derechos, tan altos como el álamo y la cumbre.
Buscando habitaciones en la lumbre, sitios para la nieve, tibios lechos, el mar se hizo cascada en tus estrechos, ronda de espuma en cárceles de azumbre.
Allí, en el probador, ya desbocados, luchando con la seda y el encaje, la lanza de la miel rompió la herida.
Y altivos, sin ceder, soliviantados, Mont Blanc del probador y su paisaje, alzan triunfantes su total medida.
Hueles como el verano. Desde el calor, lentísimas, se me ofrecen las jaras y, en tus hombros, lo flexible del mimbre y el lentisco. Tienes, debajo de tus brazos, un herbazal tranquilo, olor a prado en celo y a retama de un monte.
Cuando pasa una joven como tú salta el pecho, se compran las parcelas de este sitio acotado.
No hay un cuerpo en la tarde que te iguale, criatura. Porque vas explicando lo que queda de verte, poniendo orden a un mundo que no está en este reino.
Por no hacerle la guerra a la costumbre, allí, en el probador. Allí tus pechos, tan blancos, tan franceses, tan derechos, tan altos como el álamo y la cumbre.