La balada de la masturbadora solitaria, de Anne Sexton | Poema

    Poema en español
    La balada de la masturbadora solitaria

    Al final del asunto siempre es la muerte. 
    Ella es mi taller. Ojo resbaladizo, 
    fuera de la tribu de mí misma mi aliento 
    te echa en falta. Espanto 
    a los que están presentes. Estoy saciada. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 
    Dedo a dedo, ahora es mía. 
    No está tan lejos. Es mi encuentro. 
    La taño como a una campana. Me detengo 
    en la glorieta donde solías montarla. 
    Me hiciste tuya sobre el edredón floreado. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 

    Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío, 
    en la que cada pareja mezcla 
    con un revolcón conjunto, debajo, arriba, 
    el abundante par en espuma y pluma, 
    hincándose y empujando, cabeza contra cabeza. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 

    De esta forma escapo de mi cuerpo, 
    un milagro molesto, ¿Podría poner 
    en exhibición el mercado de los sueños? 
    Me despliego. Crucifico. 
    Mi pequeña ciruela, la llamabas. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 

    Entonces llegó mi rival de ojos oscuros. 
    La dama acuática, irguiéndose en la playa, 
    un piano en la yema de los dedos, vergüenza 
    en los labios y una voz de flauta. 
    Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 

    Ella te agarró como una mujer agarra 
    un vestido de saldo de un estante 
    y yo me rompí como se rompen una piedra. 
    Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar. 
    El periódico de hoy dice que se han casado. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 

    Muchachos y muchachas son uno esta noche. 
    Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras. 
    Se quitan zapatos. Apagan la luz. 
    Las brillantes criaturas están llenas de mentiras. 
    Se comen mutuamente. Están más que saciadas. 
    De noche, sola, me caso con la cama. 

    • “¿Quiénes son?” 
      “Ángeles caídos que no eran bastante 
      buenos para ser salvados, ni bastante malos 
      para ser perdidos”, dice la gente del pueblo. 

       
      Llegan a mi limpia hoja 
      de papel y dejan una mancha Rorschach. 
      No lo hacen por crueles, 

    • Con todas mis preguntas, 
      todas las palabras nihilistas en mi cabeza, 
      fui en busca de una respuesta, 
      en busca del otro mundo 
      que alcancé al cavar bajo tierra. 
      Crucé piedras más solemnes que predicadores, 
      traspasé raíces que pulsaban como venas 

    • Sólo una vez supe para qué servía la vida. 
      En Boston, de repente, lo entendí; 
      caminé junto al río Charles, 
      observé las luces mimetizándose, 
      todas de neón, luces estroboscópicas, abriendo 
      sus bocas como cantantes de ópera; 

    • Ira, 
      tan negra como un gancho, 
      me sobrepasa. 
      Cada día, 
      cada nazi 
      a las ocho de la mañana tomaba un niño 
      y se lo salteaba para el desayuno 
      en su sartén. 

      Y la muerte mira como al azar 
      y se saca la mugre bajo las uñas de los dedos. 

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