El bebé de la muerte, de Anne Sexton | Poema

    Poema en español
    El bebé de la muerte

    Fui un bebé de hielo. 
    Me volví azul celeste. 
    Mis lágrimas fueron dos mostacillas de vidrio. 
    Mi boca se petrificó en un aullido sordo. 
    Dicen que fue un sueño 
    pero yo recuerdo ese endurecimiento. 
    A los seis años mi hermana 
    soñaba cada noche con mi muerte: 
    'El bebé se convirtió en hielo. 
    Alguien lo puso en el refrigerador 
    y se endureció como un Helado.' 
    Recuerdo la fetidez del paté. 
    Cómo me acostaron sobre una bandeja 
    entre la mayonesa y el tocino. 
    El ritmo del refrigerador 
    fue alterado. 
    La botella de leche siseó como una serpiente. 
    Los tomates vomitaron sus estómagos. 
    El caviar se transformó en lava. 
    Los pimientos se besaron cual cupidos. 
    Me moví como una langosta, 
    más y más despacio. 
    El aire era pequeño. 
    No servía. 

    Yo estaba en la fiesta de los perros. 
    Yo era su hueso. 
    Me habían tendido en su perrera 
    como un pavo fresco. 
    Este era el sueño de mi hermana 
    pero recuerdo esa división; 
    Recuerdo el olor a cama de enfermo 
    el del piso de aserrín, de los ojos rosados, 
    de las lenguas rosadas y los dientes, esas uñas. 
    Me llevaron como a Moisés 
    escondida por las patas 
    de diez bulterriers bostonianos, 
    diez toros furiosos 
    que saltaban como enormes cucarachas. 
    Al comienzo me lamieron 
    áspera como papel lija. 
    Quedé muy limpia. 
    Entonces desapareció mi brazo. 
    Me estaba desarmando. 
    Me amaron hasta 
    que me fui. 



    2. La muñeca Dy-Dee 



    Mi muñeca Dy-dee 
    murió dos veces. 
    Una vez cuando arranqué 
    su cabeza 
    y la dejé flotar en el excusado 
    y otra vez 
    bajo la luz de la lámpara 
    cuando se derritió 
    tratando de calentarse. 
    Era una miseria 
    con su carita abrazando 
    sus pequeños brazos torcidos. 
    Murió en plena sabiduría de goma. 



    3. Siete veces 



    Morí siete veces 
    de siete modos 
    dejando que la muerte me hiciera una seña, 
    dejando que la muerte pusiera su marca sobre mi frente, 
    cruzada, cruzada. 
    Y la muerte se arraigó en ese sueño. 
    En ese sueño yo sostenía un bebé de hielo 
    y lo acunaba 
    y era acunada por él. 
    Oh Madona, abrázame. 
    Soy un pequeño puñado. 



    4. Madona* 



    Mi madre murió 
    sin nadie que la meciera, nadie. 
    Pasé semanas al lado de su lecho de muerte 
    viéndola abalanzarse contra los barrotes de metal 
    retorciéndose como un pez colgado de un anzuelo 
    bajoneada yo en sus momentos más lúcidos, 
    dejando que la sacerdotisa bailara sola, 
    queriendo poner mi cabeza sobre su falda 
    o hasta de algún modo tomarla en mis brazos 
    y juguetear con su rizado pelo gris. 
    Pero el caballo que la mecía era el dolor 
    con el vómito humeando desde su boca. 
    Su vientre estaba hinchado con otra criatura, 
    el bebé del cáncer, hinchado como una pelota de fútbol. 
    No podía tranquilizarme. 
    Con cada movimiento y corcoveo 
    disminuía Madona 
    hasta que aquel extraño trabajo de parto tomó posesión de ella. 
    Entonces el cuarto fue a la quiebra. 
    Ese fue el fin de su deuda. 



    * Madonna se refiere aquí tanto a María, la madre de Jesucristo, como a la madre de Anne 
    Sexton- María Gray. 

     

    5. Max* 



    Max y yo 
    dos hermanas impúdicas, 
    dos escritoras impúdicas, 
    dos cargas agobiantes, 
    hicimos un pacto. 
    Acabar con la muerte a palos. 
    Hacernos cargo. 
    Construir nuestra muerte cual carpinteros. 
    Cuando ella estaba agobiada 
    construíamos su sueño cada noche. 
    Hablábamos pegadas al teléfono 
    hasta que sus párpados bajaban como persianas. 
    Y acordamos en esos largos y musitados llamados 
    que cuando llegue el momento 
    hablaremos tonterías, 
    no nos importará lo que digamos, 
    tomaremos las cosas como vengan. 
    Sí, 
    Cuando la muerte llegue con su capucha 
    no seremos respetuosas. 



    * Max es Maxine Kumin, Premio Pullitzer en poesía y la amiga más cercana de Anne Sexton a lo largo de diecisiete años. 
     

    6. Bebé 



    Muerte 
    yaces en mis brazos cual querubín, 
    tan pesada como la masa del pan. 
    Tus alas lechosas están inertes como el plástico. 
    El pelo suave como la música. 
    El pelo del color de un arpa. 
    Y los ojos hechos de vidrio 
    tan frágiles como el cristal. 
    Cada vez que te mezco 
    pienso que te vas a quebrar. 
    Meciéndome. 
    Ojo de vidrio, ojo de hielo, 
    ojo primordial 
    ojo de lava 
    ojo de alfiler 
    ojo de quiebre 
    ¡cómo me devuelves la mirada! 
    Cual mirada fija de niño pequeño 
    sabes todo acerca de mí. 
    Has usado mi ropa interior. 
    Has leído mi periódico. 
    Has visto a mi padre darme de latigazos. 
    Has visto como acaricio el látigo de mi padre. 
    Meciéndome. 
    Nos movemos hacia atrás y hacia adelante 
    reconfortándonos mutuamente. 
    Somos piedra. 
    Estamos talladas, una pietá 
    que se balancea y se balancea. 
    Afuera, el mundo es un ejército gélido. 
    Afuera el mar es obligado a ponerse de rodillas. Afuera, 
    Pakistán es devorado de un mordisco. 
    Meciéndome. 
    Tu eres mi niño de piedra 
    con ojos fijos como canicas. 
    Hay un bebé de la muerte 
    para cada uno de nosotros. 
    Somos su dueño. 
    Su aroma es nuestro aroma... 
    Cuidado. Cuidado. 
    Existe una ternura. 
    Existe un amor 
    para este necio viajero 
    que espera en su cobertor rosado. 
    Algún día, 
    cargada de cáncer o desastre 
    voy a mirar a Max 
    y le diré: Ha llegado la hora. 
    Entréguenme al bebé de la muerte 
    y entonces será 
    ese último mecer.