Fui un bebé de hielo.
Me volví azul celeste.
Mis lágrimas fueron dos mostacillas de vidrio.
Mi boca se petrificó en un aullido sordo.
Dicen que fue un sueño
pero yo recuerdo ese endurecimiento.
A los seis años mi hermana
soñaba cada noche con mi muerte:
'El bebé se convirtió en hielo.
Alguien lo puso en el refrigerador
y se endureció como un Helado.'
Recuerdo la fetidez del paté.
Cómo me acostaron sobre una bandeja
entre la mayonesa y el tocino.
El ritmo del refrigerador
fue alterado.
La botella de leche siseó como una serpiente.
Los tomates vomitaron sus estómagos.
El caviar se transformó en lava.
Los pimientos se besaron cual cupidos.
Me moví como una langosta,
más y más despacio.
El aire era pequeño.
No servía.
*
Yo estaba en la fiesta de los perros.
Yo era su hueso.
Me habían tendido en su perrera
como un pavo fresco.
Este era el sueño de mi hermana
pero recuerdo esa división;
Recuerdo el olor a cama de enfermo
el del piso de aserrín, de los ojos rosados,
de las lenguas rosadas y los dientes, esas uñas.
Me llevaron como a Moisés
escondida por las patas
de diez bulterriers bostonianos,
diez toros furiosos
que saltaban como enormes cucarachas.
Al comienzo me lamieron
áspera como papel lija.
Quedé muy limpia.
Entonces desapareció mi brazo.
Me estaba desarmando.
Me amaron hasta
que me fui.
2. La muñeca Dy-Dee
Mi muñeca Dy-dee
murió dos veces.
Una vez cuando arranqué
su cabeza
y la dejé flotar en el excusado
y otra vez
bajo la luz de la lámpara
cuando se derritió
tratando de calentarse.
Era una miseria
con su carita abrazando
sus pequeños brazos torcidos.
Murió en plena sabiduría de goma.
3. Siete veces
Morí siete veces
de siete modos
dejando que la muerte me hiciera una seña,
dejando que la muerte pusiera su marca sobre mi frente,
cruzada, cruzada.
Y la muerte se arraigó en ese sueño.
En ese sueño yo sostenía un bebé de hielo
y lo acunaba
y era acunada por él.
Oh Madona, abrázame.
Soy un pequeño puñado.
4. Madona*
Mi madre murió
sin nadie que la meciera, nadie.
Pasé semanas al lado de su lecho de muerte
viéndola abalanzarse contra los barrotes de metal
retorciéndose como un pez colgado de un anzuelo
bajoneada yo en sus momentos más lúcidos,
dejando que la sacerdotisa bailara sola,
queriendo poner mi cabeza sobre su falda
o hasta de algún modo tomarla en mis brazos
y juguetear con su rizado pelo gris.
Pero el caballo que la mecía era el dolor
con el vómito humeando desde su boca.
Su vientre estaba hinchado con otra criatura,
el bebé del cáncer, hinchado como una pelota de fútbol.
No podía tranquilizarme.
Con cada movimiento y corcoveo
disminuía Madona
hasta que aquel extraño trabajo de parto tomó posesión de ella.
Entonces el cuarto fue a la quiebra.
Ese fue el fin de su deuda.
* Madonna se refiere aquí tanto a María, la madre de Jesucristo, como a la madre de Anne
Sexton- María Gray.
5. Max*
Max y yo
dos hermanas impúdicas,
dos escritoras impúdicas,
dos cargas agobiantes,
hicimos un pacto.
Acabar con la muerte a palos.
Hacernos cargo.
Construir nuestra muerte cual carpinteros.
Cuando ella estaba agobiada
construíamos su sueño cada noche.
Hablábamos pegadas al teléfono
hasta que sus párpados bajaban como persianas.
Y acordamos en esos largos y musitados llamados
que cuando llegue el momento
hablaremos tonterías,
no nos importará lo que digamos,
tomaremos las cosas como vengan.
Sí,
Cuando la muerte llegue con su capucha
no seremos respetuosas.
* Max es Maxine Kumin, Premio Pullitzer en poesía y la amiga más cercana de Anne Sexton a lo largo de diecisiete años.
6. Bebé
Muerte
yaces en mis brazos cual querubín,
tan pesada como la masa del pan.
Tus alas lechosas están inertes como el plástico.
El pelo suave como la música.
El pelo del color de un arpa.
Y los ojos hechos de vidrio
tan frágiles como el cristal.
Cada vez que te mezco
pienso que te vas a quebrar.
Meciéndome.
Ojo de vidrio, ojo de hielo,
ojo primordial
ojo de lava
ojo de alfiler
ojo de quiebre
¡cómo me devuelves la mirada!
Cual mirada fija de niño pequeño
sabes todo acerca de mí.
Has usado mi ropa interior.
Has leído mi periódico.
Has visto a mi padre darme de latigazos.
Has visto como acaricio el látigo de mi padre.
Meciéndome.
Nos movemos hacia atrás y hacia adelante
reconfortándonos mutuamente.
Somos piedra.
Estamos talladas, una pietá
que se balancea y se balancea.
Afuera, el mundo es un ejército gélido.
Afuera el mar es obligado a ponerse de rodillas. Afuera,
Pakistán es devorado de un mordisco.
Meciéndome.
Tu eres mi niño de piedra
con ojos fijos como canicas.
Hay un bebé de la muerte
para cada uno de nosotros.
Somos su dueño.
Su aroma es nuestro aroma...
Cuidado. Cuidado.
Existe una ternura.
Existe un amor
para este necio viajero
que espera en su cobertor rosado.
Algún día,
cargada de cáncer o desastre
voy a mirar a Max
y le diré: Ha llegado la hora.
Entréguenme al bebé de la muerte
y entonces será
ese último mecer.