En mi sueño,
perforando en la médula
de mi hueso intacto
mi verdadero sueño,
caminando arriba y abajo en Beacon Hill
en busca del nombre de una calle-
llamada Mercy Street.
No está.
Lo intento en el Back Bay.
No está.
No está.
Y sin embargo, sé el número.
El 45 de la calle Misericordia.
Conozco la vidriera de la ventana
del vestíbulo,
los tres pisos de la casa
con su suelo de parqué.
Conozco los muebles y
a la madre, a la abuela, a la bisabuela,
a los criados.
Conozco el armario de Spode,
la barca de hielo, de plata maciza,
donde la mantequilla se presenta en pulcros cuadrados
como extraños dientes de gigante
en la gran mesa de caoba.
Lo conozco todo muy bien.
No está.
A dónde fuiste?
calle de la Misericordia 45,
con una bisabuela
arrodillada con su corsé de ballenas
y rezando con suavidad, pero con fiereza,
al lavabo,
a las 5 A.M.
al mediodía
dormitando en su pomposa mecedora,
el abuelo durmiendo una siesta en la antecocina,
la abuela tocando la campana para la criada de abajo,
y Nana acunando a Madre con una flor enorme
en su frente para cubrir el rizo
de cuando era buena y cuando estaba...
Y donde ella fue engendrada
y en una generación,
la tercera que engendrará,
a mí,
con la semilla del extraño floreciendo
en la flor llamada Horrible.
Camino con un vestido amarillo
y con un bolsito blanco relleno de cigarrillos,
las píldoras suficientes, mi cartera, mis llaves,
y con veintiocho años, o son cuarenta y cinco?
Camino. Camino.
Sostengo cerillas en los nombres de las calles
porque es tarde,
está tan oscuro como la muerte curtida
y he perdido mi Ford verde,
mi casa en las afueras,
dos niños pequeños
succionados como el polen por la abeja que hay en mí
y un marido
que borró sus ojos
para no acompañar a mi interior
y estoy caminando y observando
y esto no es un sueño
sólo mi vida empalagosa
donde los demás sin coartadas
y la calle es imposible de encontrar durante
una vida entera.
Cierra las persianas-
Ya no me importa!
Echa el cerrojo, misericordia,
borra el número,
echa abajo el nombre de mi calle,
que puede importar,
qué puede importar a ese mezquino
que quiere poseer el pasado
que se fue en un barco de muertos
y me dejó sólo con papel?
No está.
Abro mi bolso,
como lo hacen las mujeres,
y los peces nadan de aquí para allá
entre los dolares y la barra de labios.
Los saco,
uno por uno
y los lanzo contra los nombres de las calles,
y lanzo mi bolso
al río Charles.
Después me deshago del sueño
y me precipito contra la pared de cemento
del tosco calendario
en el que vivo,
mi vida,
y sus cuadernos
rindiendo cuentas.