Querer morirse, de Anne Sexton | Poema

    Poema en español
    Querer morirse

    Ya que preguntan, la mayor parte de los días no me acuerdo. 
    Camino vestida, sin marcas de ese viaje. 
    Después, casi innombrable, vuelve la lujuria. 

    Incluso en ese instante, no tengo nada en contra de la vida. 
    Conozco bien las hojas que mencionan, 
    los muebles que sacaron al sol. 

    Pero los suicidas tienen un idioma propio. 
    Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas. 
    Nunca preguntan por qué construir. 

    Dos veces me pronuncié tan claramente, 
    poseí al enemigo, me comí al enemigo 
    le arrebaté su oficio, su magia. 

    Así, grave y pensativa, 
    más tibia que el agua o el aceite, 
    descansé, babeando por el agujero de la boca. 

    No pensaba en mi cuerpo ante la punta de la aguja. 
    Ni siquiera había córnea o restos de orina. 
    Los suicidas ya traicionaron al cuerpo. 

    Nacieron muertos, y aunque no siempre se mueran, 
    quedan deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce 
    que hasta un chico podría mirarla y sonreír. 

    ¡Meterse toda esa vida debajo de la lengua!— 
    eso, en sí mismo, se vuelve una pasión. 
    Dirán que la muerte es un hueso triste y golpeado, 

    con todo, año tras año me espera, 
    para deshacer con delicadeza una vieja herida, 
    para soltar mi aliento de su prisión insana. 

    Colgando ahí, a veces los suicidas se encuentran, 
    furiosos ante el fruto, una luna inflada, 
    y dejan el pan que confundieron con un beso, 

    dejan la página del libro abierta al descuido, 
    algo sin decir, el teléfono sin colgar 
    y el amor, fuera lo que fuese, una infección. 

    • “¿Quiénes son?” 
      “Ángeles caídos que no eran bastante 
      buenos para ser salvados, ni bastante malos 
      para ser perdidos”, dice la gente del pueblo. 

       
      Llegan a mi limpia hoja 
      de papel y dejan una mancha Rorschach. 
      No lo hacen por crueles, 

    • Con todas mis preguntas, 
      todas las palabras nihilistas en mi cabeza, 
      fui en busca de una respuesta, 
      en busca del otro mundo 
      que alcancé al cavar bajo tierra. 
      Crucé piedras más solemnes que predicadores, 
      traspasé raíces que pulsaban como venas 

    • Sólo una vez supe para qué servía la vida. 
      En Boston, de repente, lo entendí; 
      caminé junto al río Charles, 
      observé las luces mimetizándose, 
      todas de neón, luces estroboscópicas, abriendo 
      sus bocas como cantantes de ópera; 

    • Estaba cansada de ser mujer 
      cansada de ollas y cucharas, 
      cansada de mi boca y de mis senos, 
      cansada de afeites y cansada de sedas. 
      Aún había hombres sentados a mi mesa, 
      en círculo ante el cáliz que yo les ofrecía. 
      El cáliz rebosante de uvas moradas 

    • Ira, 
      tan negra como un gancho, 
      me sobrepasa. 
      Cada día, 
      cada nazi 
      a las ocho de la mañana tomaba un niño 
      y se lo salteaba para el desayuno 
      en su sartén. 

      Y la muerte mira como al azar 
      y se saca la mugre bajo las uñas de los dedos. 

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