—Sola me estoy en mi cama namorando mi cojín; ¿quién será ese caballero que a mi puerta dice «Abrid»? —Soy Bernal Francés, señora, el que te suele servir de noche para la cama, de día para el jardín.
Alzó sábanas de holanda, cubrióse de un mantellín; tomó candil de oro en mano y la puerta bajó a abrir. Al entreabrir de la puerta, él dio un soplo en el candil. —¡Válgame Nuestra Señora, válgame el señor San Gil! Quien apagó mi candela puede apagar mi vivir. —No te espantes, Catalina, ni me quieras descubrir, que a un hombre he muerto en la calle, la justicia va tras mí.
Le ha cogido de la mano y le ha entrado al camarín; sentóle en silla de plata con respaldo de marfil; bañóle todo su cuerpo con agua de toronjil; hízole cama de rosa, cabecera de alhelí. —¿Qué tienes, Bernal Francés, que estás triste a par de mí? ¿Tienes miedo a la justicia? No entrará aquí el alguacil. ¿Tienes miedo a mis criados? Están al mejor dormir. —No temo yo a la justicia, que la busco para mí, ni menos temo criados que duermen su buen dormir. —¿Qué tienes, Bernal Francés? ¡No solías ser así! Otro amor dejaste en Francia o te han dicho mal de mí. —No dejo amores en Francia que otro amor nunca serví. —Si temes a mi marido, muy lejos está de aquí. —Lo muy lejos se hace cerca para quien quiere venir, y tu marido, señora, lo tienes a par de ti. Por regalo de mi vuelta te he de dar rico vestir, vestido de fina grana torrado de carmesí, y gargantilla encarnada como en damas nunca vi; gargantilla de mi espada, que tu cuello va a ceñir. Nuevas irán al francés que arrastre luto por ti.
En París está doña Alda, la esposa de don Roldán, trescientas damas con ella para bien la acompañar: todas visten un vestido, todas calzan un calzar, todas comen a una mesa, todas comían de un pan. Las ciento hilaban el oro, las ciento tejen cendal,
Lunes era, lunes de Pascua florida, guerrean los moros los campos de Oliva. ¡Ay campos de Oliva, ay campos de Grana, tanta buena gente llevan cautivada! ¡Tanta buena gente que llevan cautiva!, y entre ellos llevaban
—El que tiene mujer moza y hermosa ¿qué busca en casa y con mujer ajena? ¿La suya es menos blanca y más morena, o floja, fría, flaca?– No hay tal cosa.
Estáse la gentil dama paseando en su vergel, los pies tenía descalzos, que era maravilla ver; desde lejos me llamara, no le quise responder. Respondile con gran saña: -¿Qué mandáis, gentil mujer? Con una voz amorosa
-¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida, moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor; sino yo, triste, cuitado,
—Sola me estoy en mi cama namorando mi cojín; ¿quién será ese caballero que a mi puerta dice «Abrid»? —Soy Bernal Francés, señora, el que te suele servir de noche para la cama, de día para el jardín.
Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada, las cabrillas altas iban y la luna rebajada; mal barruntan las ovejas, no paran en la majada. Vide venir siete lobos por una oscura cañada. Venían echando suertes cuál entrará a la majada;