-¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida, moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que diría: -Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida, porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva; siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía que mentira no dijese, que era grande villanía: por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría. -Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía. ¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
-El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita, los otros los Alixares, labrados a maravilla. El moro que los labraba cien doblas ganaba al día, y el día que no los labra, otras tantas se perdía. El otro es Generalife, huerta que par no tenía; el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía. Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía: -Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría; daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla. -Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
Madrugaba don Alonso a poco del sol salido; convidando va a su boda a los parientes y amigos; a la puerta de Moriana sofrenaba su rocino: -Buenos días, Moriana. -Don Alonso, bien venido. -Vengo a brindarte, Moriana,
Blanca sois, señora mía, más que no el rayo del sol ¿si la dormiré esta noche desarmado y sin pavor? que siete años había, siete, que no me desarmo, no. Más negras tengo mis carnes que un tiznado carbón. -Dormilda, señor, dormilda,
¡Cuán traidor eres, Marquillos! ¡Cuán traidor de corazón! Por dormir con tu señora habías muerto a tu señor. Desque lo tuviste muerto quitástele el chapirón; fuéraste al castillo fuerte donde está la Blanca Flor. -Ábreme, linda señora,
Un Mandarín de Pekín que residía en Cantón y no tocaba el violín porque tocaba el violón decía con presunción y con cierto retintín que de confín a confín de toda aquella nación del gorro hasta el escarpín era rico y trapalón.
¡Rosa fresca, rosa fresca, tan garrida y con amor, cuando yo os tuve en mis brazos, non vos supe servir, non: y agora que vos servía non vos puedo yo haber, non! - Vuestra fue la culpa, amigo, vuestra fue, que mía non; enviásteme una carta
Mi padre era de Ronda y mi madre de Antequera; cautiváronme los moros entre la paz y la guerra, y lleváronme a vender a Vélez de la Gomera. Siete días con sus noches anduve en el almoneda, no hubo moro ni mora
Caminaba el Conde Olinos la mañana de San Juan, por dar agua a su caballo en las orillas del mar. Mientras su caballo bebe él se ponía a cantar: -Bebe, bebe, mi caballo, Dios te me libre de mal, Dios te libre en todo tiempo