En París está doña Alda, la esposa de don Roldán, trescientas damas con ella para bien la acompañar: todas visten un vestido, todas calzan un calzar, todas comen a una mesa, todas comían de un pan. Las ciento hilaban el oro, las ciento tejen cendal, ciento tañen instrumentos para a doña Alda alegrar. Al son de los instrumentos doña Alda adormido se ha; ensoñado había un sueño, un sueño de gran pesar. Despertó despavorida con un dolor sin igual, los gritos daba tan grandes se oían en la ciudad. -¿Qué es aquesto, mi señora qué es el que os hizo mal? -Un sueño soñé, doncellas, que me ha dado gran pesar: que me veía en un monte en un desierto lugar: y de so los montes altos un azor vide volar; tras dél viene una aguililla que lo ahincaba muy mal. El azor con grande cuita metióse so mi brial, el águila con gran ira de allí lo iba a sacar; con las uñas lo despluma, con el pico lo deshace. Allí habló su camarera, bien oiréis lo que dirá: -Aquese sueño, señora, bien os lo entiendo soltar: el azor es vuestro esposo que de España viene ya, el águila sedes vos, con la cual ha de casar, y aquel monte era la iglesia, donde os han de velar. -Si es así, mi camarera, bien te lo entiendo pagar. Otro día de mañana cartas de lejos le traen: tintas venían de fuera, de dentro escritas con sangre, que su Roldán era muerto en la caza de Roncesvalles. Cuando tal oyó doña Alda muerta en el suelo se cae.
«En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer» Virginia Woolf
—El que tiene mujer moza y hermosa ¿qué busca en casa y con mujer ajena? ¿La suya es menos blanca y más morena, o floja, fría, flaca?– No hay tal cosa.
Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada, las cabrillas altas iban y la luna rebajada; mal barruntan las ovejas, no paran en la majada. Vide venir siete lobos por una oscura cañada. Venían echando suertes cuál entrará a la majada;
Fontefrida, Fontefrida Fontefrida y con amor, do todas las avecicas van tomar consolación, sino es la tortolica, que está viuda y con dolor. Por ahí fuera a pasar el traidor del ruiseñor; las palabras que le dice llenas son de traición:
—Pregonadas son las guerras de Francia con Aragón, ¡cómo las haré yo, triste, viejo y cano, pecador! ¡No reventaras, condesa, por medio del corazón, que me diste siete hijas, y entre ellas ningún varón!
Quién hubiese tal ventura sobre las aguas del mar, como hubo el conde Arnaldos la mañana de San Juan! Con un falcón en la mano la caza iba a cazar, vio venir una galera que a tierra quiere llegar. Las velas traía de seda,
-Gerineldo, Gerineldo, paje del rey más querido, quién te tuviera esta noche en mi jardín florecido. Válgame Dios, Gerineldo, cuerpo que tienes tan lindo. -Como soy vuestro criado, señora, burláis conmigo. -No me burlo, Gerineldo, que de veras te lo digo.